Un día de estos tengo que hablarles un poco más de Pedro ‘el Cruel’, un personaje, de la saga de los Romanov, que realmente me fascina, pero, por el momento, solo recordaré aquella anécdota de cuando mandó torturar a su propio hijo, Aleksei, bajo la acusación de traición. El zarevich fue arrojado a una mazmorra de San Pedro y San Pablo y azotado con el knut, uno solo de cuyos latigazos era capaz de partir la espina dorsal de un cosaco. Aleksei confesó y murió del castigo. Tras presidir su duelo, su padre, el zar Pedro, ordenó acuñar una medalla conmemorativa en póstumo honor de su equivocado hijo, cuya leyenda rezaba así: El horizonte se va despejando.

Yo no sé si el horizonte socialista se va aclarando tras la ejecución política de Pedro el Guapo, y tampoco sé si Pedro Sánchez, lejos de confesar delitos de lesa traición ideológica, contra las bases o siglas, la historia o los intereses del partido, sigue pensando en su inocencia, como seguramente así lo pensaba el zarevich Aleksei frente a las sospechas de su padre el zar.

Supongo que sí. Y supongo, también, que sobre las decisiones del Comité Federal de cesarlo, primero, y de abstenerse, después, para que gobierne Rajoy, elevará Pedro Sánchez no su epitafio, no recogerá una medalla de homenaje, ni el reloj de oro por los servicios prestados a la empresa, sino una estrategia para volver a su sala de juntas, de máquinas, y proceder a limpiar dicho horizonte, emborronado a su juicio por los errores y abusos de los mandarines del poder.

Vemos estos días a Sánchez vencido, sí, pero no aniquilado por el látigo de la gestora, inclinado ante el altar del mando, pero no arrodillado. Algunos de sus fieles le han abandonado, han hecho causa con el zar y le niegan tres veces, pero el frustrado heredero al trono socialista podría intentar atacar los palacios de invierno con nuevas tropas, los que acampan en tiendas, los desahuciados, los anticapitalistas, los ambientalistas, las víctimas del sistema, los podemistas, las mareas, los antisistema, todo ese zumo de revuelta y revolución no azucarado aún por la dulzura del poder y dispuesto a comerse alguna que otra tarta.

Y quién sabe si Pedro y Pablo, a golpe de tuit, más que de knut, se encontrarán en el camino de Damasco y fundarán una nueva iglesia con los restos de los zares y otros altares, como nuevos dioses de la incrédula izquierda.