L a realidad ya no se basta a sí misma para explicarse, necesita un relato. El relato viene a ser como una especie de manofactura de la antigua verdad de dios, y tiene sus especialistas, sus profesionales, o sea. Se puede construir un relato al gusto, un relato para cada cliente; de ese modo, la misma cosa será relatada en función del pagador, sea éste persona física, metafísica (abstenerse menores de 10 millones de renta declarada) grupo de poder económico, partido, club deportivo, y en general cada tribu que pague el encargo. Naturalmente, el relato quedará siempre más apañado cuanto mayor sea el precio, no olvidemos que estamos hablando de verdades elásticas, realidades líquidas, posverdades y otras muchas nuevas maneras de llamar a la venerable trola o a su novio el embuste, y con este nuevo campo de regatas de la mentira, la imaginación para el trile más o menos sofisticado se cotiza mucho.

Luego estamos los espectadores. En última instancia, no lo olvidemos, el relato se hace para nosotros: la manufactura ha de ser comprada en última instancia por el pueblo, la ciudadanía, el rebaño, la sociedad, o sea; y en esta parte de la cosa, ya se sabe: están los bueyes que doblan la frente impotentemente mansa y están los que delante de los castigos la levantan, los leones, como dividía ya al común de entonces Miguel Hernández, si recuerdan.

ASÍ QUE EL RELATO ha de tener en cuenta su target, o sea, la tribu a la que va dirigida y su ubicación en el magma líquido que al parecer habitamos; no es lo mismo convencer a un gualdrapa intelectual declarado y orgulloso de serlo, que a esa otra gente, algo más revirada, que tiene la mala costumbre de mirar por detrás del relato del trilero profesional para ver si descubre el trampantojo, que aunque no sepa dónde, sospecha que ahí está, ahí está viendo pasar el tiempo, como la puerta famosa; pues bien, esta nueva gente exige un relato, una construcción de la trola mucho más elaborada, y eso, amigo, hay que pagarlo.

Por otra parte, el abordaje de la verdad desnuda o lo que sea eso que llamamos cruda realidad, siempre ha tenido sus laberintos, y cuando aparece en alguna medida y contradice la creencia, el prejuicio, o lo que hemos decidido creer o pensar, esa misma verdad que decimos buscar, puede que nos decepcione, nos desengañe, y hasta puede que nos sintamos traicionados, incluso gilipollas, unos primos, panolis, etc. Así que antes de aceptar eso, o para evitar que algo así nos amargue la vida, hay una técnica infalible: ir a la parroquia donde sepamos de antemano el sermón, conozcamos el predicador, y abramos las orejas de par en par para que deslice dulcemente en ellas lo que queremos oír, con el tono adecuado y la melodía precisa. No hay nada más gratificante que salir ratificado en la misma mismidad, y para eso se construye uno el relato que más le convenga, y si no es capaz de hacérselo por sí mismo, se asoma uno a la ventana adecuada, elige su canal de tv, su periódico, su digital, su oráculo, o sea, y desde esa factoría sale perfecto y a medida eso que nombramos, el relato. Y además, te dejan pensar que lo has pensado por ti mismo. Una bicoca.

En Rashomon, aquella película del gran Akira Kurosava, los propios protagonistas de un hecho terrible lo cuentan de tal modo que al final no se sabe qué ocurrió realmente, aunque el muerto está muerto y la mujer sufrió la violación. La fábula ilustra una vez más la realidad mejor que la realidad misma (que ya decimos que puede facturarse por encargo)

PASA QUE AHORA MISMO, un poner, cuando hay más corrupción que días para contarla debidamente, los actos declarados por sus presuntos protagonistas ante los jueces acaban siendo una maraña de palabras, gestos, chulerías incluso, y otros ademanes que nos sorprenden por su aparente elaboración; un relato al fin, que convierte cada asunto en un laberinto. Luego está el tiempo judicial, que ya se sabe que es una calidad particular del tiempo, en el que los plazos y los días señalados (sobre todo para ciertas personas que tienen, disfrutan de relojes y calendarios de diseño exclusivo) no son cuando dicen ser, sino que pueden ser ese día o otro, o ya veremos cuando,

Y hasta puede ocurrir que cuando por fin sea el día de juzgar los autos, los autos ya hayan prescrito; y por tanto, siendo el día de autos, ya no haya autos ese día, y al ser pues ese un día de autos con autos prescritos, resulta ser sencillamente ya, un día normal y corriente, un día sin autos, ni acusados, ni delitos, ni leches, un día cualquiera, o sea; un día feliz que le ha amanecido al presuntísimo criminal donde antes tenía un juicio penal. Y es que al parecer, dios aprieta, pero ahogar, lo que se dice ahogar, según a quién.

No hace mucho, los relatos pregonaban su condición ficticia y trataban así de aproximarse a alguna certeza. Ahora se fingen ciertos para ocultar la parte de la verdad que convenga, o si es preciso, enterrarla, aunque si al alma su hiel toca, esconderla es necedad, como escribió el vate. H *Autor y director teatral