Federico Trillo siempre ha sido un tipo siniestro. Era el emisario del PP para esos trabajos que se hacen entre bambalinas: destituir a este o empujar a dimitir al otro, ofreciendo contrapartidas bajo manga. Incluso diseñaba las estrategias judiciales encaminadas a espantar la sospecha de la corrupción. Siendo un tipo tan religioso, sorprende la ausencia de compasión en la gestión del accidente del Yak-42, que en el 2003 causó la muerte de 62 militares españoles cuando volvían de Afganistán. Incluso Bárcenas llegó a declarar ante el juez que le dio a Trillo dinero negro para pagar la defensa de los mandos militares imputados. El exministro negó hasta la saciedad cualquier responsabilidad en el siniestro con un discurso altivo que, tanto tiempo después, solo puede ser calificado de repugnante. El Consejo de Estado, presidido por el Partido Popular, acaba de dictaminar por unanimidad que el Ministerio de Defensa que dirigía Trillo sí tuvo responsabilidad en el accidente aéreo. El avión no estaba en condiciones -sostiene este organismo-, Defensa lo sabía y no hizo nada por evitarlo.

Una sentencia judicial confirmó además en su día que los cuerpos de las víctimas se mezclaron, que hubo negligencias a la hora de identificar los cadáveres y que durante meses las familias de los muertos estuvieron velando a otras personas. A pesar de eso, Trillo fue premiado. Por la incapacidad que tiene Mariano Rajoy para decapitar a los leales, probablemente se le ocurrió que un alejamiento ya era en parte una reprimenda. Y le mandó a sufrir a una zona exclusiva de Londres.

El presidente del Gobierno ha despachado el informe del Consejo de Estado alegando que no lo había leído pero que, en todo caso, el accidente del Yak-42 ya fue «sustanciado judicialmente» y que ocurrió «hace muchísimos años». Ni una palabra para las familias.

La actual ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, tiene en su mano la oportunidad de hacer las cosas mejor, dando algo de aliento a los que perdieron a sus seres queridos. H *Periodista