En el partido amistoso del otro día, la Roja (ya te digo) empató sin pena ni gloria. Justo cuando hacía falta una gesta heroica, patriótica, un gol histórico, como aquel de Marcelino. Porque ahora estamos a vueltas con lo que se cuece en Moscú, en las tripas informáticas de la antigua KGB, casa madre del todopoderoso Putin y, ahora, la mano que mece la cuna independentista en Cataluña.

Uno debe pellizcarse cada día para comprobar si está despierto o sueña en pleno delirio, porque lo que nos trae a la sobremesa el bendito telediario resultaría exagerado incluso para un programa de humor loco. Hemos tenido que asistir a la ceremonia del secesionismo, derivada en asombroso espectáculo surreal, y ahora, de remate, nos tropezamos de nuevo con los malvados rusos. A mí esto me lleva de vuelta la infancia: los zapatos marca Gorila (aquellos que traían, de regalo, una pelotita de goma verde), Matilde, Perico y Periquín, el zapatazo de Krushchev en la ONU y la conjura judeomasónica. ¿De verdad no podían haberse inventado algo más verosímil que la conspiración digital de Assange y los hackers siberianos? Qué cruz.

La portavoz socialista en el Congreso ha pedido que se lo expliquen. No sé si va de coña o en serio. A la postre, doña Margarita Robles es de profesión jueza. Y ahora los jueces son quienes dicen la última palabra en cualquier asunto candente. Ellos (y ellas, claro) deciden si los independentistas catalanes van, o no, al talego, si la destrucción de los ordenadores de Bárcenas fue, o no, una destrucción de pruebas para ocultar la caja B del PP, si una decisión política es, o no, constitucional... en fin, que deberían plantearles lo de Rusia, a ver qué tienen que decir al respecto. Si tanto Rajoy como Sánchez están dispuestos a dar por bueno todo lo que sus señorías fallen...

Es más, el 21-D habría de resolverse por sentencia firme del tribunal competente, a la vista de que los ordenadores que recuenten los votos podrían ser pirateados desde Sebastopol o Novosibirsk. Bueno... por lo menos Piolín zarpó ayer del puerto de Barcelona. ¡Yupiii!