En buena dinánima, y la que lleva el Real Zaragoza no es buena, es extraordinaria, todo funciona. Sale uno, entra otro y el rendimiento no se resiente. La fuerza del colectivo aúpa a las individualidades. Ayer faltó Pombo por sanción y jugó Papu en punta. Gol del georgiano. Las piezas van ajustando como un puzzle que encaja con absoluta naturalidad. Así está ahora mismo el equipo de Natxo González, que está protagonizando una resurrección en la segunda vuelta que se tomará como referencia estadística. El Zaragoza es un cohete que despegó cuando nadie lo esperaba, salvo el entrenador, a tenor de sus palabras en los momentos más críticos, y que se ha ganado el derecho a pelear por el ascenso este mismo año, cuando todos los indicadores hasta Reyes apuntaban a que el curso actual debía servir para salvar el pellejo, madurar el grupo y, luego, separar el grano de la paja.

La recuperación ha sido magnífica. Ahora todo marcha y la plantilla se hace grande emcumbrada por los buenos resultados, la confianza y la convicción. Esta asombrosa redención del Real Zaragoza corresponde a todos sus integrantes, también a los que tuvieron paciencia en los instantes de mayor impaciencia, pero dentro del terreno de juego les pertenece especialmente a dos futbolistas. A Cristian, que ahuyentó las dudas y sujetó el equipo con unas actuaciones sobrenaturales cuando esta racha comenzaba y se pudo frustrar. Y a Eguaras, amo y señor de este Real Zaragoza, el hombre sobre el que pivota el juego y el que domina los partidos con el balón. Un maestro del ritmo y el pase. Del fútbol, en definitiva.