En Europa no se puede entender el Estado del bienestar sin la socialdemocracia, pero desde el golpe de timón neoliberal en los años 80, la querencia por el calor del poder se ha traducido en sucesivas renuncias ideológicas; y todo el pringue que la realpolitik va perdiendo por el camino se ha convertido poco a poco en contradicciones y corruptelas varias para algunos partidos políticos que, supuestamente, deberían tener su verdadera esencia en la ética.

Cambiando de siglo, el británico Tony Blair creyó dar con la fórmula sacándose de la chistera el término socioliberalismo, pero esa tercera vía (como la llamó Anthony Giddens, su sociólogo de cabecera) más bien se tradujo en una senda de difícil tránsito que con el paso del tiempo ha dejado muchos peajes: el pacto del SPD alemán de Schröder con la conservadora Merkel; el simpar colapso del Pasok griego; la levedad del italiano Renzi; o la macrodecepción del francés Hollande son algunos ejemplos recientes. En España, el PSOE de Zapatero-Rubalcaba-Sánchez-Díaz, claro, merece mención a parte, por tener un poco de los pecados de todos los demás y una pasmosa incapacidad para recuperar el ADN del socialismo (oportunidades no han faltado).

El auge de Syriza o Podemos no se explica desde la radicalidad, sino desde la ocupación de un espacio que otros han abandonado. Ambos movimientos son objetivo del lenguaje del miedo, tan simple y machacón (a veces desagradable), pero este no siempre cala, ni siquiera entre los poderes económicos a los que pretende azuzar.

Más allá de lo anecdótico, o incluso de lo importante, está lo prioritario. Alexis Tsipras, que se declara europeísta, o Pablo Iglesias, que ha optado por obviar la tradicional visión derecha-izquierda y mira hacia arriba desde abajo, no son las caras de una revolución, sino de la resistencia. Ambos llegan desde los márgenes, desde las orillas a las que fueron enviados tantos millones de ciudadanos con tratados como los de Maastricht o Lisboa. En realidad, los dos lideran a una multitud de colonos que tratan de repoblar el área donde se sustancia la auténtica Europa social. Se trata de una zona quemada. Pero todavía fértil. Periodista