Ya sabemos que este es un país en el que es rarísima una dimisión, salvo que obliguen a ello las leyes (y aun así, --parece que con algunas razones--, vemos cómo se resiste a ello el alcalde de Mallén, por ejemplo, y otros más, con no tantas). También se resisten, por lo que sabemos, a reconocer lo amoral, indigno, pícaro de sus jubilaciones de oro (mientras se hundía la entidad) y devolverlas condignamente,varios ex altos cargos de la CAI. Porque se les dejaba fijar sus remuneraciones fantásticas desde las mudas y cómplices entidades vigilantes.

En cambio, en otros casos, como los recientes ceses en altos cargos de Sanidad, caen incluso reconocidos buenos gestores, porque alguien tenía que pagar por el desfase presupuestario, y no el consejero, claro, mucho más criticado. Aunque sí el de Hacienda, por un pequeño saldo más negativo de lo permitido (¡pero que puso a la comunidad bajo control central!).

Y es que la gran pregunta que tantos nos hacemos es tan vieja como la organización en sociedades: ¿quién vigila que se cumplan las leyes (aunque cuando muchas sólo obliguen por coacción, no moralmente, esa es otra)? ¿quién sanciona cuando no se cumplen? Y, sobre todo, ¿quién vigila a los vigilantes? Y, hablando de leyes, es fama que en nuestras Cortes se legisla mucho, pero no tanto que, cumplidos los plazos si se fijaron, luego no se acatan en muchos casos. ¿Alguien lleva la nota?

ES BIEN SABIDO, aunque no siempre tan difundido como los asuntos que rozan al dueño de nuestro pobre Real Zaragoza, o a políticos que tuvieron y perdieron la estrella, que el Justicia de Aragón, laborioso, gran jurista, de trayectoria impecable, se cansa de solicitar a nuestros políticos informes, datos, reacciones a problemas, y con frecuencia ni siquiera se le contesta. Que la transparencia es una palabra, una idea, ausente de esta comunidad casi desde sus principios.

Que ha sido y es imposible en muchos casos (empresas participadas, listas de "asesores" y un largo etcétera) obtener informaciones. Y ay del que las pide, si depende en algo de esos sátrapas. Aunque hay variables de cantidad y estilo, hablo de hoy y de ayer y anteayer, que quede claro.

Y todo esto nos lleva a preguntarnos: si cuando un edificio o un puente se caen, se encausa al arquitecto o el ingeniero, ¿por qué aceptamos que los directivos de bancos en crisis se vayan de rositas y aun mejoren sus contratos en otras instituciones; que los políticos que supieron, sin duda, de malversaciones, corruptelas, robos bien claros, lo nieguen y salven la cara con un mero silencio, algunos negándose a declarar, otros repitiendo cientos de veces "no me consta", "no lo sé"?

Estamos en una situación de inmensa tomadura de pelo a los ciudadanos. No todos los políticos prevarican, roban, mienten; afortunadamente. José Antonio Labordeta me lo reconocía siempre: la mayoría son honrados, aunque bastante cutres, apenas saben hablar muchos de ellos. Pero aquellos que sí delinquen, son cobijados bajo un inmenso manto de Monipodio: por sus partidos en primer lugar, por el sistema en general luego, por ese blindaje inmenso (inédito en la Europa más democrática) de miles de "aforados", a los que ahora se suman la Reina y los Príncipes. ¿Tanto miedo se tiene a que, abdicado o muerto el Rey --en el primer caso también se supone iría bien aforado-- afloren grandes escándalos palaciegos?

Somos cada vez más los que sentimos vergüenza, primero, por la sucesión de noticias de abusos, atropellos, desatinos, prepotencias; luego, miedo, por el giro ultraderechista de muchas leyes, que intentan cercenar la libertad de expresión, manifestación, etc., y más acá los cambios bien manejados en la dirección de los grandes diarios, en las emisoras de televisión, cerrando en Valencia la autonómica, haciendo un brutal ERE en Madrid, o en todo el Estado un montón de cadenas más o menos legales. Y, sobre todo, pánico de los anuncios que hacen, no sólo del enorme paro y la penuria de millones de familias, sino de que eso tardarán mucho en mejorar, y nunca para volver a estos tiempos de bienestar perdidos.

Y EL GOTEO ES continuo: cuando se escriba, con una mirada de conjunto, sistemática, documentada, sobre esta época, --esperemos que pronto--, la impresión será, ya es, del inmenso atropello de un capitalismo desaforado que campa por do quiere, en que la miseria crece mientras algunos miles de ricos se enriquecen exponencialmente.

Catedrático jubilado de la Universidad de Zaragoza