El uso de las palabras en el lenguaje ordinario es indicativo de una mentalidad y de una forma de vida generalizada entre los hablantes. Si desde hace tiempo para los que hablamos castellano todo son temas y ya no hay problemas, será porque no estamos aquí donde tenemos el cuerpo sino que andamos por ahí perdidos enredando y enredados, fuera del mundo en el que nos jugamos la vida paso a paso, lejos de la realidad concreta donde se hallan y se quedan los problemas, divertidos y abstraídos, vagando por ahí Dios sabe donde pero no el hermano. Huyendo como Caín. Fuera del huerto que nos ha tocado, que nos concierne, de la humanidad que nos hace humanos, del humus que somos. Sin parar ni reparar en nada y en nadie, peligrosamente... En la higuera quizás, pero nunca con los pies en tierra: aquí y ahora, en el lugar y en la situación de la existencia.

Y si en toda la Franja -del Ponent o del Salient, según el punto de vista de quien habla- sus habitantes aragoneses siguen llamando castellà a lo que otros aragoneses llaman español, es porque entienden que su lengua es tan española como pueda ser la vasca, la gallega o la fabla aragonesa. Ni más ni menos que la castellana. Y si se ofenden cuando les llaman polacos es por lo mismo, porque también son españoles como los otros que solo hablan castellano.

Digo lo que digo para empezar a decir lo que quiero decir aquí y ahora, no para dar la matraca con el tema del catalán de Aragón sino para insistir y resistir en una lucha que ha sido parte de mi vida y ha merecido de unos el desprecio, de muchos el silencio y de otros el reconocimiento que agradezco. Y aunque me gusta hablar como a todos los viejos, si escribo aquí lo que pienso y lo que recuerdo no es para dar que hablar sino para dar que pensar y denunciar una vez más una situación que sigue en la opinión pública y publicada como una herida abierta que me duele y nos duele a los que hablamos catalán.

Lo hago a propósito de una jornadas sobre el estado de las lenguas minoritarias en Aragón organizadas por la Cátedra Ferrández d’Heredia de la Universidad de Zaragoza en colaboración con el Seminario de Investigación para la Paz en cuya sede, el Centro Pignatelli, se desarrollan. Celebro que ese seminario, del que soy miembro desde su fundación, se ocupe de un problema de esta tierra y deje por una vez los temas lejanos del mundo mundial. Porque es aquí donde podemos hacer algo, eso creo. Y por eso asistí, y de mi asistencia como testigo que vino al caso quiero informar ahora al público en general. Que eso es todo lo que puedo y me falta por hacer, si quiero ayudar a cambiar una opinión pública nada favorable a mi lengua materna.

En la segunda sesión desarrollada en dos partes el pasado 22 de noviembre, después de participar en la primera como testigo de cargo de la penosa situación del catalán junto a otros dos nacidos en la Franja, asistí en la segunda a una mesa redonda compuesta por tres representantes de los medios de comunicación: RTVA, Heraldo y EL PERIÓDICO DE ARAGÓN. El tema anunciado era Dar a conocer a la sociedad aragonesa nuestra realidad lingüística. Un reto pendiente. Los tres coincidieron al dar por excusa -no pedida- de que informaran solo en lengua castellana el hecho de que sus clientes no conocieran otra salvo raras excepciones. Lo que obviamente admití al pedir la palabra en el debate que siguió con ellos y el público asistente. Nada más justo y razonable. No lo es en cambio que se hable o escriba poco y mal en castellano sobre el catalán, sobre todo en un diario que por cierto publica incluso alguna colaboración en fabla aragonesa por cuya reliquia manifiesta su devoción. Y que en ninguno de los medios, que yo sepa, se haga al menos un uso litúrgico en días señalados como es el de Aragón. Claro que esto ni siquiera se hace en las Cortes y en los mensajes de los representantes políticos que gobiernan.

Habrá un día en que todos al levantar la vista veremos a los vecinos orientales y escucharemos incluso una lengua que también se cría en esta tierra como las borrajas o borraines que decimos en mi pueblo. Mientras tanto guardaré en mi casa el premio que me dieron para ofenderme y yo recibí con mucha honra de la RTVA. Me refiero al premio Limón de los Valeros de l984. Entonces llevé conmigo a un intérprete que les dijera en castellano lo que quería decir y dije en catalán a quienes me honraban con su desprecio. Ha pasado el tiempo y en el presente me han puesto el dedo en la boca. Espero que en el futuro mi boca sirva solo para hablar y entendernos. Entretanto, les tiendo la mano.

*Filósofo