La noche previa a escribir mi artículo para este espacio siempre duermo mal. Esta vez he batido mi propio récord. Como decimos en Aragón «entre unas cosas y otras…». Es evidente que todos tenemos nuestras grandes y pequeñas preocupaciones personales, familiares, laborales… pero a todas ellas, que sumadas no suelen ser pocas, se ha venido a añadir últimamente una más. Es como si el mundo solo mantuviese el movimiento de rotación y hubiese dejado en suspenso el otro, el de traslación: todo gira en torno a un único problema con el reloj en la cuenta atrás. Y aunque no creo que sea necesario recordar a nadie el tema pero, por si acaso, les diré que me refiero al futuro inmediato de todo un país pendiente de cómo se desarrollan los hechos y dichos por todo el territorio nacional pero por supuesto, muy especialmente en Madrid y Barcelona. Acostumbrados en los últimos tiempos a escuchar más despropósitos de los que convendría y no me refiero solo en el ámbito de la política aunque también, no nos libramos del exceso en otros espacios de similar importancia, en parte como arrastrados por una especie de fiebre de a ver quién dice la barbaridad más «vendible», más original o más insensata. ¡Me gustaría tanto saber convencer a tantos de la elegancia del silencio…! Y sin embargo aquí estoy yo contradiciéndome y hablando eso sí, con la reducida esperanza de que estas palabras, casi mudas, sirvan para algo a alguien o que en su defecto, cuando menos, me ayuden a mí.

Pues bien, en estos días, que ya son meses, en que no paramos de oír pronunciar las palabras libertad y democracia provenientes de las más distintas bocas, en los más variados contextos y foros creo que tal vez no esté de más invocar la de alguien a quien le reconozco autoridad para ello, profesor como lo fue, antes de fallecer en 2013, de las universidades de Nueva York, Oxford, Harvard. Alguien a quien no se le puede negar una trayectoria brillante en el marco del pensamiento jurídico. Me refiero a Ronald Dworkin entre cuyas teorías destaca una idea sobre la que convendría reflexionar, si bien sea dicho de paso, lo dudo y ya me duele dudarlo pero es así en 1977 publicó uno de sus libros más conocidos, de influencia internacional indudable y pese a que no apareciera en español hasta 1984 también en nuestro país su huella fue y sigue siendo muy profunda. Pues bueno a lo que iba, el mismo título de ese trabajo desvela no solo una convicción sino también, de algún modo, una inteligente propuesta.

Los derechos en serio, al amparo de ese rótulo despliega Dworkin todo un argumentario de por qué y para qué es preciso tomarse los derechos en serio y en un momento determinado nos alerta de que de poco o nada vale tomarse los derechos en serio, los de cada uno de nosotros, los suyos, los nuestros, el de él, el mío si no se es capaz de tomar el Derecho en serio. El Derecho con mayúsculas, el objetivo que reúne, integra y da sentido a todos los derechos subjetivos por los que unos lucharon y otros nos beneficiamos como eslabones de la cadena de la vida de la que formamos parte. Tengo para mí que tras una confusa retórica de la libertad se tratan de amparar excesos e imposiciones contra las que, supuestamente, se combate y no sé si olvidando u ocultando que cierta pretendida lógica de la libertad puede alimentar, por paradójico que parezca, movimientos nada democráticos.

*Universidad de Zaragoza