El filósofo Santiago Alba Rico en su artículo Retrocesos, repeticiones, restas, realiza un análisis muy perspicaz sobre la situación política, social, económica y cultural del mundo actual, como consecuencia de la Gran Recesión iniciada en el 2008. Establece grandes semejanzas entre el presente actual y los inicios del siglo XX, que trajo consigo una dramática hecatombe con 2 guerras mundiales y sistemas totalitarios; fascismo y comunismo. Lo que supone la negación del progreso en el discurrir histórico. Estamos recomenzando el siglo XX, porque en las tres últimas décadas han sido dinamitados los cimientos políticos y morales con los que se construyó el orden internacional vigente a partir de 1945: desapareció el equilibrio de la guerra fría en 1989 y la hegemonía estadounidense en 2003. Así ha surgido un nuevo desorden global, un orden sin centro con diferentes potencias neoimperialistas. Un Da Luan, (gran desorden), concepto con el que los chinos designan las épocas turbulentas. La guerra de Siria es una muestra de este nuevo y gran desorden, que recuerda las luchas imperialistas de 1914.

También ha surgido en las últimas décadas una demanda transversal de democracia. En los territorios de la antigua URSS las revoluciones de colores en Ucrania, Georgia, etc. El ciclo progresista en América Latina, que dio lugar a la década virtuosa. Y en el 2011 las revoluciones mal denominadas de la Primavera Árabe no sólo era árabe y duraron varias estaciones-reactivaron una revolución democrática global, como el 15-M español, además de la Europa del sur, Turquía y USA. Sin embargo esta ilusión democratizadora hoy se ha desvanecido dramáticamente: el triunfo de Donald Trump en USA, de Narendra Modi en la India, Rodrigo Duterte en Filipinas, el éxito de déspotas como Vladimir Putin y Tayyip Erdogan, el retorno de las dictaduras en el mundo árabe, el fin del ciclo progresista latinoamericano, el brexit inglés, así como la expansión irrefrenable de movimientos de extrema derecha en Europa: UKIP, el Frente Nacional, Liga Norte, Vlaams Belang, el PVV holandés, FPÖ, AfD, el Congreso de la Nueva Derecha polaco, etc.

Además, las políticas económicas y laborales neoliberales han devuelto a amplios sectores de la población dependiente de su trabajo a unos regímenes de explotación, miseria y desigualdad, no del XX, sino del XIX. Por ende, han surgido nuevos términos: trabajadores pobres, parados permanentes, precariado, etc. Todo ello nos advierte que 2017 está más cerca de 1917 o 1930 que de 2018.

Mas ese retorno hacia atrás, no es total, ya que el siglo XX ha dejado cuatro elementos. Una globalización más novedosa que la económica. La II Guerra Mundial nos dejó una marca indeleble. Las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, fue una matriz negativa de una conciencia de especie, que antes de la primera explosión nuclear era inexistente. Hay una sola Humanidad ya que, por primera vez en la historia, la Humanidad puede ser destruida de un solo golpe. Ante el lanzamiento de un misil nuclear por parte de Corea del Norte, con el paranoico Trump podemos esperar cualquier respuesta.

El segundo elemento es el imaginario consumista, impuesto a partir de 1950 en USA e irradiado al mundo. Somos consumidores antes que nada y sobre todo, y de ahí el capitalismo hiperindustrial ha conducido a la explotación del ocio más que del trabajo. Esta proletarización del ocio es inseparable de la destrucción ecológica.

En tercer lugar, vinculado al consumismo y proletarización del ocio, son las nuevas tecnologías. Las redes sociales han producido unos cambios antropológicos profundos. Deambulamos como zombis por las calles con nuestro móvil. Nos conectamos en nuestros ordenadores regalando nuestra intimidad para que las grandes empresas digitales tengan grandes beneficios, que van a parar a paraísos fiscales, tras destruir miles de puestos de trabajo.

Y por último, la globalización del terrorismo, que supone un grave deterioro para nuestro sistema democrático. Estamos sometidos por razones de seguridad a un régimen de excepción permanente, lo que es una clara contradicción. Debemos, según Agamben, preguntarnos por la verdadera naturaleza de la democracia actual. Una democracia limitada a disponer como único paradigma de gobernación, y como único objetivo, el estado de excepción y la búsqueda de la seguridad, deja de ser una democracia. Sorprende el silencio de la judicatura y la aceptación por la ciudadanía ante la situación expuesta. Las limitaciones a la libertad que el ciudadano de los países «democráticos» está hoy dispuesto a aceptar y tolerar son infinitamente mayores de las que hubiera consentido unas décadas atrás.

Sin embargo, frente a estos legados del siglo XX, en estos inicios del XXI ha sido borrada cualquier tipo de alternativa política. Algo que esta sociedad ha asumido mayoritariamente. Lo que no significa que no exista. Esto es una novedad muy grave. Ni la comunista, hoy parece irrecuperable; ni de momento la socialdemócrata, barrida electoralmente, como consecuencia de su sumisión al paradigma neoliberal, lo que implica no tener otro alternativo. H *Profesor de instituto