Lo de que el PSOE y el PNV se reúnen en secreto es una de esas paradojas similar a lo que sería una reunión pública celebrada en la más estricta intimidad. Un cierto soterrado calvinismo impele a los políticos, en víspera de vacaciones, a aumentar de manera peligrosa el porcentaje de reuniones. Tengo la impresión de que, si no incrementan el número de reuniones, se van a marchar de vacaciones con mala conciencia, con esa molesta sensación de no haber hecho lo suficiente por nuestra felicidad.

Para un político la vida es una serie de reuniones, y prueba de ello es que, cuando tú los llamas, la secretaria siempre te dice que está reunido. Hubo un tiempo en que mi despreciable malicia me llevaba a pensar que eran excusas para no ponerse al teléfono, pero recuperada la ingenuidad, gracias a unos días de descanso, comienzo a sopesar que es cierto y que los políticos están casi siempre reunidos, razón por la cual les cunde tan poco el trabajo y dejan sin terminar tantas cosas. Uno de los frutos de las reuniones políticas suele ser el acuerdo en volver a reunirse. Gente tosca y sin sensibilidad llega a la conclusión de que esto es una pérdida, pero existen otros grupos, no sé si más o menos acertados, que mantienen la creencia de que mientras los políticos están reunidos menores son las posibilidades de que metan la pata. La ingenuidad recobrada me ha hecho recuperar la fe en las reuniones. Lo que no sé es de qué manera afectará la prohibición de fumar al resultado de los concilios, y si el nerviosismo de los tabacodependientes influirá en las conclusiones que salgan de ellos.