La revolución feminista no es un anhelo. No es algo que esté por llegar. La revolución feminista ya está aquí, y no nació este 8-M histórico. Es un proceso de largo aliento, con intermitencias, a veces sordo, con avances estructurales y retrocesos coyunturales, que está transformando radicalmente el mundo desde hace ya más de un siglo.

En Occidente, las mujeres conquistaron en el siglo XX el espacio público: el voto, la independencia de los hombres de la familia, el divorcio, el acceso generalizado a los estudios superiores y al trabajo, la liberación sexual, los anticonceptivos, el derecho al aborto. La capacidad de controlar la maternidad supuso sin duda una cumbre trascendental de ese proceso revolucionario.

Si el siglo XX fue el de la conquista del espacio público, el XXI será, está siendo ya, el de la conquista de la igualdad en ese espacio. No es una revolución distinta, es una nueva fase del proceso que pusieron en marcha las sufragistas inglesas y las obreras textiles de Nueva York y Chicago. El colosal calibre de este 8-M puede indicar que la revolución feminista está cerca de dar un nuevo salto de gigante. En Occidente, las fronteras inmediatas son la igualdad salarial y la lucha contra el acoso. La obligatoriedad de los permisos laborales por paternidad sería un arma estratégica para alcanzar el primero de estos objetivos. Esta medida supondría un hachazo a la discriminación laboral de las mujeres en edad fértil.

La humanidad soñó en el siglo XX con grandes revoluciones. Quizá la feminista nos acerque en el XXI a alguno de aquellos sueños rotos. H *Periodista