Si es verdad que las cifras cantan, entonces nos podemos poner a cantar: Aragón es la comunidad autónoma con mayor índice de crecimiento del país, y con uno de los máximos de Europa. Un 4,5% en 2007, ahí es nada.

No somos el legendario Eldorado ni, todavía, la California, la Nueva Andalucía de Guerra; ni siquiera la guapa Murcia de Valcárcel, que es la región, con todo y sin agua, y según su presidente, con más Rolex y Mercedes de España... Pero no nos va nada mal.

Tras muchos años, décadas de cierta precariedad, numerosos elementos se han conjurado para convertir el desarrollo en una baza autóctona. El éxito, largamente larvado, estalla al fin, de manera prudente, al calor de la Expo, de los nuevos polígonos, del desarrollo del turismo y del sector servicios, de la especialización de la mano de obra y, sobre todo, de la consolidación del tejido industrial, empresarial, de las pymes, auténtico pulmón del moderno Aragón, sin olvidar el motor de las grandes firmas.

Son ellos, desde luego, los pequeños, medianos y grandes empresarios, los que sostienen la tienda. Y ojalá que por mucho tiempo.

Esa mezcla de constancia y de audacia, dinamizada, a menudo, con unas gotas de fantasía, incluso de surrealismo, que siempre ha caracterizado a nuestros emprendedores, se ha visto reforzada por la asimilación de nuevas tecnologías, por el esfuerzo en formación de Cámaras de Comercio y confederaciones empresariales y por la aportación institucional, en forma de licitación de obra pública, pabellones, carreteras, ambulatorios, centros docentes, etcétera, convocada por los ayuntamientos principales y la Diputación General.

Sobrevolando la crisis de 2008 se perfila un Aragón superviviente, con unas infraestructuras enriquecidas y una capital, Zaragoza, rediseñada y rebautizada para afrontar su futuro como sede referencial del valle del Ebro y pieza básica en la logística de los mercados del sur de Europa.

Un territorio funcional, amable, estable, donde todo el mundo es bien recibido y donde, al que trabaja, acaban por salirle las cuentas. Pero una comunidad, también, que exige nuevos proyectos, otros retos, otra vuelta de tuerca para garantizar la consolidación de sus éxitos.

El Gobierno de Aragón es consciente de ello y por eso, supongo, se ha manifestado a favor de iniciativas como Gran Scala, susceptibles, sobre el papel, de dinamizar comarcas enteras y de crear y sostener miles de puestos de trabajo. Pero hacen falta más ideas, diseños arriesgados, nuevos equipos que garanticen los ritmos de creación de riqueza, compaginándolos con la conservación y con la educación medioambiental, y con las teorías del desarrollo sostenible.

Una comunidad rica debe de ser, asimismo, una comunidad líder. En el universo de la opinión, Aragón tendría que estar mucho más presente. Y más ahora, cuando al fin parece haberse superado ese provinciano complejo, común a la derecha rancia y a la izquierda depresiva, del aragonés como un baturrazo triste, del país como un culo de saco. Saludemos con confianza al futuro preguntándonos qué podemos hacer cada día por los demás, y por nosotros, para seguir creciendo.

Escritor y periodista