Es imposible que unos Juegos Olímpicos constituyan un fracaso. Un espectáculo de tal envergadura, que despierta tanta expectación, mueve tanto dinero y llega a todo el mundo por la televisión --y de forma creciente a través de tabletas y smartphones--, puede con todas las dificultades y carencias existentes en su planificación y ejecución. Los Juegos clausurados esta madrugada en Río de Janeiro no han sido una excepción a esta norma de hierro, aunque han distado mucho de estar a la altura de los mejores. La ciudad brasileña ha cumplido, ciertamente, y quizá mejor de lo que era de temer hace apenas unos meses, pero la brillantez solo estuvo presente en la colorista e imaginativa ceremonia de inauguración.

En general, las instalaciones deportivas han respondido a las exigencias del reto, igual que el alojamiento de los atletas. En cambio, el transporte, con largos y lentos desplazamientos a las sedes, ha sido la muestra más clara de las deficiencias logísticas de la cita carioca. El otro gran aspecto negativo ha sido la muy desigual asistencia de público a las pruebas, lo que refleja el sentimiento contradictorio que, al compás de la crisis, se fue instalando en los brasileños en los últimos años: el orgullo por acoger los Juegos dio paso a las críticas por el gasto creciente que implicaban y por el temor a que no fuesen una oportunidad para dotar de mejores y duraderas infraestructuras al país y corregir desigualdades sociales.

La convulsión política que derivó en el apartamiento del poder de la presidenta Dilma Rousseff completó un cuadro que ha empañado el objetivo de ofrecer al mundo una imagen eficiente y juiciosa de Brasil, aunque los Juegos han sido un inmejorable espot para Río.

En el aspecto estrictamente deportivo, Río ha ratificado la condición de mitos de dos de los mejores deportistas de la historia, Usain Bolt y Michael Phelps, y ha lanzado al estrellato a figuras como Simone Biles o Katinka Hosszú. El balance de la delegación española es abiertamente satisfactorio, con 17 medallas, siete de ellas de oro. Y, como en Londres 2012, la mayor parte de esos podios los han protagonizado mujeres. La plena incorporación de las españolas al deporte, tanto individual como de equipo, tiene como fruto un éxito que ha de contribuir de forma poderosa a avanzar hacia la igualdad. Tokio 2020 lo deberá confirmar.