El último barullo relacionado con Ecociudad (según parece el juzgado ha admitido a trámite una querella de su anterior gerente contra todo el equipo que gobierna Zaragoza) ha vuelto a provocarme la risa tonta. Tonta perdida, se lo juro. Porque ya resulta absurdo que, al final, las únicas acciones de los tribunales en relación con la depuración de los vertidos de la Inmortal... tengan como objeto a los actuales gestores del ayuntamiento, ajenos a cualquier barullo que no sean sus propias torpezas. Y porque nada parece más tonto a ojos de cualquier observador que ese deambular de Santisteve, Cubero y compañía por los laberintos de la vidilla local. Parecen escolares haciendo de munícipes en una jornada de puertas abiertas en la casa consistorial. Pobrecicos míos.

La instalación y puesta en marcha de las depuradoras en Zaragoza se llevó a cabo en su día de la manera más oscura y sospechosa posible. Bueno, la de La Cartuja arrastró una secuela de facturas falsas y apaños que llenó páginas enteras de los diarios de aquel tiempo. Desde entonces hasta el reciente aterrizaje del ICA, el del saneamiento ha sido un asunto complicado, raro y siempre sospechoso. Nada que ver con los de ZeC, por supuesto. Estos llegaron anteayer, como quien dice, a poner luz y taquígrafos. Pero para hacer tal cosa hay que saber, hay que entender cada situación y hay que tener cintura táctica e inteligencia política. Demasiado para estos defensores del descamisado, que han acabado enredándose en sus propios regates, y al final no han logrado iluminar los viejos misterios de Ecociudad. Encima, para controlar esta y otras sociedades municipales tuvieron que apurar los márgenes de la Ley de Capitalidad y echarse encima al resto de los grupos. Vaya desperdicio.

Es curioso, tengo la sensación de que a Podemos le está pasando parecido con la comisión de investigación que en las Cortes aragonesas intenta aclarar qué fue eso del Plan de Depuración. El otro día, el exconsejero Boné, ¡ay!, se les escapó vivo.

De ahí la risa. Ya saben: es preferible reír que llorar.