El problema de Cataluña, que es el problema de España, está siendo gestionado a lo bestia por dos personajes que representan sendas fuerzas encontradas y con renovadas ganas de ir al choque: en Barcelona, el president Torra, un soberanista brutalmente identitario y racista (que sí, hombre, que los ultranacionalismos acaban siempre ahí: en la caverna), y en Madrid el emergente Rivera, ungido por los poderes fácticos como alternativa al caduco e impotente Rajoy. Aquel no pierde ocasión para escenificar desafíos, ungido como se siente por la razón patriótica que los patriotas creen sagrada. Este, en paralelo, se aplica a reforzar el unionismo recentralizador con una dialéctica que a veces recuerda (con perdón) las apelaciones de José Antonio Primo de Rivera a construir una patria donde no haya obreros y patronos... sino españoles. Y ya está.

A estas alturas parece imposible analizar el conflicto sin irse a un extremo o al otro. El mesianismo de los nacionalistas centrífugos, su pretensión liberadora y su capacidad para manipular a conveniencia las reglas elementales de la democracia han contaminado los argumentos y la capacidad de respuesta de las izquierdas, hipnotizadas por el entusiasmo y la presunta capacidad rupturista del secesionismo. Ahora, el PSOE ha dado un golpe de timón hacia un españolismo constitucional difícil de entender, mientras Podemos (con su dirección convertida en loco jardín de infancia) intenta salirse de la estela de los soberanismos periféricos y trabar un discurso propio. A la derecha, mayor locura: el PP está siendo desbordado por Cs, Mariano Rajoy duda y vacila empujado por un tsunami que, de entrada, ha frenado su inicial intención de desactivar el 155 a poco que la nueva Generalitat se pusiera a tiro, lo que por cierto tampoco ha sucedido.

Ni Torra está dispuesto a reflexionar sobre la imposibilidad de proclamar la independencia en un país partido en dos mitades simétricas, ni Rivera es capaz de explicar cómo reintegrar a los dos millones de catalanes separatistas. Quieren bronca. Y, si se empeñan, la tendrán.