Los verbos se han hecho para ser empleados, los significados de las palabras no solo los marca la RAE sino también el uso popular y uno está muy harto de ver y oír como se inventan cada días discursos viejos basados en mentiras nuevas desde el poder para justificar lo éticamente injustificable (al menos en la ética democrática puesto que las demás éticas si las hubiera me importan un rábano).

Transferir recursos públicos que deberían ser dedicados a una escuela igual y de calidad para todos y todas a la escuela privada es robar lo público para repartir en privado como si lo privado nos sirviera a todos. Los despidos en masa potenciados por la Reforma Laboral y la sustitución de trabajadores con derechos por nuevos empleados precarios es robar.

Privatizar servicios públicos y sanitarios o recortarlos es robar el fruto de un esfuerzo colectivo pagado con impuestos que primero sirvieron para generarlos, luego para privatizarlos y mañana para rescatarlos otra vez con los impuestos de todos. O sea, robar. Sostener Bankia con Rato en la calle y Caja3 con seiscientos despidos es robar. Privatizar los laboratorios sanitarios aragoneses es robar. El repago es pagar dos veces. Y si eso pasa en un bar o en un taxi, todos exclamamos ¡me estás robando! Pero si el robo viene envuelto en decreto ley o decreto gubernamental entonces no, entonces las florituras dialécticas, la elegancia parlamentaria o el titular de primera página lo llaman reformar, ahorrar o copagar. Pero es robar.

Para reconvertir el mensaje y el verdadero valor del discurso están los responsables de comunicación, los medios afines, las campañas institucionales y, en el fondo del asunto, una extraña pero comprensible necesidad de que nos digan cosas bonitas, de que nos consuelen y nos animen aunque sea con mentiras obvias o un anuncio de jamones, para poder seguir adelante, para levantarte cada día, ir a trabajar o buscar trabajo y autoengañarte después de toda tu vida pagando impuestos, trabajando barato, consumiendo y creyendo que las cosas estaban bien.

Es el (falso pero fácil) intento de salida de un trauma colectivo sobrevenido al tomar conciencia de que estamos en un agujero tremendo del que todos somos culpables. Y esas son otras dos mentiras gordas: ni es una salida ni es por culpa de todos.

Y sí, estoy enfadado. E indignado. Las mayorías parlamentarias no dan derecho a perpetrar políticas de destrucción sin atender a quejas y razones. Sin hablar, sin escuchar, sin dialogar.

Desplumar un país, podar la escuela, regalar costas y hospitales, paralizar la generación de infraestructuras esenciales para financiar caprichos aeronáuticos y prejuicios vaticanos, rescatar los bancos mientras otros buscan en contenedores y duermen en cajeros, gravar la cultura y convertir los juzgados en cobradores de multas preventivas es robar.

"¿Cree que nos gusta hacer esto? Que más querríamos que poder hacer otra cosa", dicen sus señorías azules en las Cortes y claman el presidente y la presidenta. Si lo creo, sabéis perfectamente qué y por qué los estáis haciendo. No lo llaméis España ni Aragón.

Periodista y activista