Y como yo, millones de españoles. Este artículo se titulaba "Carta a un separatista catalán", continuación de "Carta a un amigo catalán", publicado aquí el pasado 5 de julio. Como han aparecido otras cartas, cambio el título. Te decía que ni os robo ni os odio, y como yo millones de españoles. Es una milonga que os están contando desde el Gobierno catalán, que utiliza las instituciones para difundirla. Ignoro si las cuentas entre España y Cataluña os son desfavorables; nada que no se pueda arreglar en una mesa de negociación. Y desde luego los españoles no os odian. Un ejemplo pedestre, pero ilustrativo: tuve más dificultades para hacerme sitio en un bar zaragozano el día que televisaban el Barça-Juventus que la tarde que televisaban el Las Palmas-Zaragoza. Si no lo crees, viaja y lee. Reconozco que para un gobernante secesionista es más rentable inventar enemigos, crea fervorosos adictos a la causa. ¿Tú crees que al español de a pie le molesta que uses tu lengua, ahondes en tu peculiaridad y cultives tu cultura? ¿O que haya una negociación para ajustar deudas entre comunidades? Si no lees, al menos viaja, por favor. Porque basándose en estas dos falsedades están atizando una animadversión inexistente y forzando una ruptura irreversible. El odio, lamentablemente, ya llegará. Casi todos los divorcios dejan una estela de rencor.

Desde la transición, el separatismo identificaba a los militantes de ERC, siempre minoritarios. En los dirigentes de Convergencia ha aparecido en los últimos años, a raíz de tres errores políticos: Zapatero, el cándido, dejó barra libre para el Estatut; Maragall, taimado, forzó la vuelta de tuerca y Rajoy, berroqueño, lo impugnó. A partir, la huida hacia adelante. No quiero pensar que este afán rupturista pretenda ocultar torpeza en la gestión o una financiación irregular, pero parece improvisado. Una decisión trascendente debe tomarse con mayorías de dos tercios, para evitar hacerlo por calentamiento transitorio, inducido desde el Gobierno catalán.

Sé que votaréis ilusionados, porque con el declive de ideales la ficción de ser motor de la Historia promueve entusiasmo. Si coronáis vuestro proyecto, al día siguiente no se habrán arreglado los problemas. Seguramente empeoraremos unos y otros porque el capital, socio oculto de cualquier gobierno, no quiere convulsiones.

Dirás que a mí qué me importa. Te doy dos razones. Como escritor, a la deuda con editores catalanes, añado el apego a Marsé, Vázquez Montalbán, Mendoza, Regàs, Azúa... Pla leía a Montaigne por las noches, yo releo El cuaderno gris en la traducción de Ridruejo. El verano pasado recorrí esos parajes: ah, Calella de Palafrugell. No me siento extraño en tu tierra. La otra son los catalanes que están cómodos con una identidad mestiza. Quizá sean la mitad. Deseo que sean más que vosotros dentro de dos semanas, te confieso. Supongo que podrán seguir sintiéndose catalanoespañoles, que podrán manifestar sus ideas en el bar, en el trabajo... Si por casualidad observas que se callan, que no expresan su convicción por temor a perder el trabajo, a que les nieguen un ascenso, a quedarse sin clientes, a ser señalados como ciudadanos de segunda, ponte en guardia: la libertad peligra. Todo este proceso, doloroso al fin, me produce tristeza. Quiero pensar, como el poeta sevillano, tristeza que es amor.Escritor