La dimisión de Duran i Lleida como secretario general de CiU es una mala noticia. Sobre todo en la actual situación, ante la reunión anunciada --finalmente-- entre Mariano Rajoy, como presidente del Gobierno de España y el honorable presidente de la Generalitat que lo es de momento Artur Mas. Lo siento por él, que es de la Franja --de Alcampell-- y por nosotros todos que somos mientras tanto españoles de acá y de allá y europeos en un mundo mundial donde las fronteras físicas son permeables con o sin concertinas a la par que se alzan otras que discriminan a los pobres como si fueran de otra especie inferior. No obstante comprendo lo que dice: que "hay mucha gente que no quiere llegar a un acuerdo" y yo, en su caso, haría lo mismo. Ni Mas desde Barcelona, ni menos desde Madrid, Rajoy, parecen dispuestos a salvar las diferencias. La experiencia me ha enseñado que nadie escarmienta en cabeza ajena y muchos, sobre todo los políticos, apenas aprenden de los propios errores. Cuando pintan bastos, les oigo decir que no han sabido explicarse pero no se enmiendan.

Hace aproximadamente dos años desde que Josep Antoni Duran dijo que "es malo para España no tener a Cataluña y es malo para Cataluña no tener a España". Siempre he pensado que hay un sentimiento de identidad frente a los otros que nos enriquece, y otro contra los otros que nos destruye. La vida es convivencia, conversación, comunicación y buen rollo entre vecinos, mantener buenas relaciones y ampliar el círculo, abrirse hacia una humanidad sin fronteras donde quepamos todos.

Dice J. Habermas, el teórico del patriotismo constitucional, que la unión se hace siempre por los bordes cosiendo las partes en conflicto. Por tanto, salvando las diferencias. Siempre he querido vivir en una sociedad abierta como una plaza, libre, no vacía, de contenidos diversos, tolerante, tan distinta de una plaza dura y desierta cuando no llena de uniformes como de un templo abierto solo a los fieles para decir amén. Entre el fanatismo y la indiferencia, prefiero vivir bajo la luz de la razón común y solidaria entre personas que tengan convicciones y no las impongan: en la plaza y sin romper las farolas, dialogando y sin apagar el alumbrado público para quedarse a oscuras y andar a tontas y a locas buscando el bulto de los contrarios.

Las identidades étnicas o religiosas, los patriotismos regionales de todo tipo, y entre ellos los nacionalismos, tienen que aprender a convivir en España dentro de un marco constitucional manifiestamente mejorable en el que quepan todos, pero que es el que es mientras no lo cambiemos los españoles. La identidad que necesita afirmarse contra un enemigo es mezquina, rica y generosa la que se construye con otros como un abrazo fraterno. Y la más perversa la que se afirma como el abrazo del oso, cuando el oso mata a su hermano y precisamente por eso.

A PROPÓSITO de aquella declaración de Josep Antoni, me acordé de Marcelino y de otros nacidos o vinculados también estrechamente a las comarcas aragonesas de lengua catalana, y pregunté: ¿por qué no tomamos la palabra los vecinos de ambos lados para denunciar el despropósito de hacer un remiendo donde podría hacerse un bordado? Aragón no es, como se dijo, un barranco entre Castilla y Cataluña sino la costura de España. Y el valle del Ebro, un camino de penetración al corazón de Iberia, como lo imaginaba Marcial que tenía casa en Bilbilis y residencia en Roma y recomendaba a sus paisanos pasar el invierno en las soleadas playas tarraconenses. Y la salida natural de Castilla y Aragón, La Rioja, Euskadi y Navarra al Mare Nostrum y por ahí a todo el mundo, navegando en romance: catalán, por supuesto, y castellano para llegar más lejos y no quedarse en Salou, que es a donde vamos y de donde venimos habitualmente los zaragozanos en verano. Que si cambiaron las costumbres, no el camino y nuestra inclinación cultural.

Aragón no es un barranco infranqueable sino una tierra abierta para entrar y salir de Iberia hasta navegar por alta mar. Reducirlo a "un pasillo de seguridad de España a Francia" y prepararse para el caso con la apertura del Canfranc, si esa es la razón para reivindicar ese paso por los Pirineos, esa, señora Luisa Fernanda Rudi, no es una razón de Estado sino un disparate que pone en guardia a nuestros vecinos y echar romeros al fuego en vez de agua bendita que buena falta nos hace.

La política aragonesa debería fomentar la concordia y asumir el compromiso histórico que nos concierne. En vez de fomentar el resentimiento contra Cataluña, castigando en la propia carne lo que tenemos en común con los catalanes, haciendo el ridículo más espantoso con el esperpento de una ley de cuyo nombre no quiero acordarme, y de reñir por el reparto de las joyas de la Corona, es hora ya de recuperar el buen sentido y el papel que nos ha tocado como mediadores entre unos y otros.

Filósofo