Superar la frustración del ninguneo padecido por agricultores y representantes municipales en unas jornadas celebradas recientemente en Zaragoza sobre las inundaciones del río Ebro organizadas por diversas asociaciones ecologistas, y dejar constancia de la postura que no pudo expresarse allí, es la razón de este artículo. Lejos de mi ánimo, en todo caso, poner en tela de juicio la intención de los organizadores sobre la bondad de la iniciativa.

Las exposiciones de los representantes de las asociaciones convocantes fueron largas, como siempre, de una gran enjundia técnica y teórica... y no dejaron después ningún margen de tiempo a la manifestación de los agricultores y munícipes. Una vez que Luis Eduardo Moncín, presidente de la Comisión de Municipios afectados por el río Ebro, leyera las propuestas de futuro acordadas, necesarias para paliar el problema de las crecidas del río Ebro, como si no se hubiera tratado más que de la rabieta infantil de un niño pesado e impertinente, ya no se habló ni trató de ellas, ni para bien ni para mal. ¡Menudo diálogo!

Lo que algunos hubiéramos querido decir, entre otras cosas, y no pudimos, es que incluso la propia Confederación Hidrográfica del Ebro y el Gobierno de Aragón, concernidos por la urgencia y gravedad de la situación, intentan, sin salirse del estricto cumplimiento de la legalidad medioambiental que les obliga, y lejos de contemplarla como el aséptico objeto de un ensayo de laboratorio, aportar soluciones ponderadas a un problema real e inminente. Soluciones que representan implicación y toneladas de realismo que al menos, si bien no pueden resolver las afecciones de las crecidas del río, sí ponen de manifiesto la voluntad de procurar paliar la gravedad de las que se producen, mediante la búsqueda de alternativas como la apertura de motas o mediante aproximaciones que posibiliten arbitrar las adecuadas compensaciones a quienes tienen que soportarlas.

Sin embargo, la omisión de cualquier medida activa aportada por quienes allí sí pudieron intervenir --todos ecologistas, por supuesto-- apuntaladas con un fervor de infalibilidad cercano al ámbito religioso, justifican sin ningún empacho pero con una ortodoxia cientificista que no admite la más mínima mano levantada en contra: la satanización de cualquier limpieza del cauce, la defensa del retranqueo de las motas y el surgimiento de islas frente a los centenarios asentamientos de las poblaciones. En resumen, dejar que el río marque sin otra limitación que su antojo natural el curso de su cauce... Lo triste es que no estamos en las edades tempranas de la civilización en la que esta todavía no había podido condicionar el entorno, ni el territorio del que hablamos son los vírgenes y anchos espacios del Oeste americano en la época de las carretas, y por lo tanto tal posición no es inocua. Representa en la práctica la ruina del sector agrícola en la ribera y la liquidación de la viabilidad de los pueblos. Así, sin más, como si el retranqueo de las motas 300 metros a cada lado del cauce no conllevara la eliminación de toda la infraestructura secular cuya subsistencia es esencial, y que con tanta sabiduría pensaron nuestros antepasados para que el río crecido no penetrase por las partes altas sino por las bajas facilitando la evacuación rápida del agua, sin daño alguno.

Mención aparte merece la utilización de la estadística sobre el irrelevante número de muertes producidas por los desbordamientos del río, que solo se entiende desde el intento de vanalizar el drama que muchas familias sufren últimamente, y que se califica por sí misma.

Lo que tampoco es menos cierto, es que esas antiguas infraestructuras y las novedosas que luego han podido idearse como las áreas de inundabilidad a lo largo del tramo medio del río mediante la colocación de compuertas para laminar la corriente en caso necesario, de nada sirven si no hay un mínimo mantenimiento del cauce. Opinión unánime, realidad tozuda y empeño común de todos quienes hemos habitado y habitamos la ribera del río desde que se tiene conocimiento.

Con todo y con eso, nadie niega la palabra y el respeto a quienes defienden la negativa a esta última afirmación, incluso mal digiriendo la bien instalada corriente social que otorga un plus de superioridad, una suerte de moral conservacionista respecto a la de los agricultores y habitantes de los municipios ribereños. ¿Por qué la legítima defensa del futuro y del patrimonio de estos se ningunea tan gratuita y sistemáticamente, como si solo fuese la manifestación caprichosa del carácter esquinado de unas gentes brutas, atrasadas,egoístas e insensibles a los valores medioambientales?

Por último, agradecer como un primer punto de coincidencia, aunque sospecho que involuntaria, que el folleto de presentación de las jornadas al que al principio he hecho alusión, se cierre con una frase de Leonardo da Vinci: "El agua es la fuerza motriz de la naturaleza". De acuerdo, sobre todo viniendo del insigne autor de estudios sobre justificados drenajes o de obras de intervención y desvío de cauces de ríos y construcción de protecciones --menos justificables en su causa--. Debe ser que el sentido de lo que quiso decir Da Vinci es lo de menos, lo importante es que la realidad no nos desbarate una frase bonita. Alcalde de Novillas y agricultor