Ekai encarnaba a la perfección la sabia frase incluida por Cervantes en el Quijote: «Lo que se sabe sentir se sabe decir». Él dijo a las claras lo que sentía, qué se sentía y cómo. Él necesitaba un tratamiento médico que no llegó a tiempo para acompasar sus cambios físicos con su identidad, su sexualidad, su personalidad. ¿De qué o para qué sirven las profusas teorías sobre los derechos humanos si cuando tenemos ante nosotros un caso claro en que han de ser aplicadas no se aplican? Entonces, y eso ya es demasiado a menudo, las democracias enamoradas de sí mismas cojean y cojean porque fallan a quienes las necesitan y proclaman. Estas líneas con sentido dolor van dirigidas no solo a Ekai sino también a sus seres queridos y a cuantos como él atraviesan un difícil viaje en esta sociedad nuestra llena de voces autoerigidas en poseedores del bien, la verdad y la palabra. Ni derechas ni izquierdas nada me vale ni me sirve si el respeto a la libertad y la dignidad no es transversal ¿De qué valen tales etiquetas? Si la aceptación de la diferencia no forma parte de unos y de otros, ¿para qué están aquí?, ¿a qué o a quién sirven? No parece que sirvan a una sociedad que sigue moviéndose aun a pesar de que continúa habiendo personas que creen que por cerrar los ojos o dar la espalda a la realidad ésta va a dejar de existir o se va a acomodar a lo que ellos tienen y validan por bueno, óptimo o mejor. Tampoco parece que sirvan a Dios aunque hay quien así lo divulga y pretende. Desde luego no sirven al mío que si algo es y representa es la compasión, compasión que no significa piedad sino la capacidad y decisión de sentir con y al lado del otro, vivir junto a él su necesidad, desconsuelo o sufrimiento. Tampoco sirven a la ética ni al Derecho, no a los nuestros puesto que la más importante norma de cuantas disponemos prohíbe la discriminación por razón de orientación sexual. Y desde luego en modo alguno sirven a la vida salvo a la suya propia convertida en retórica impuesta a la vivida por otros. ¿Y en nombre de qué? En nombre de una pretendida posesión de lo natural que no solo no veo sino que niego. Me duele el dolor de Ekai y ahora el de todos los suyos como me duele el de tantos otros que están pasando un infierno parecido.

Sí, creo que de algún modo podría decirse que Ekai poseía la valentía cervantina al enfrentarse a casi todo para conseguir lo que para él sin duda era casi todo. Uno no se suicida sino por lo esencial acompañado, eso sí, de una profunda carga de tristeza y cansancio. La medicina estaba en disposición de haber colaborado con Ekai en su lucha pero las administraciones no. Decidir forma parte de toda autoridad pero no decidir de cualquier modo o en el modo en que se salvaguarden las ideas e ideologías propias sino en el modo en que se salvaguarde la vida plena, íntegra y digna de todos los que conformamos la sociedad. ¿Para qué, para quién una democracia que no es capaz de defender, auxiliar y proteger al que ocupa una posición más vulnerable? Lo que le otorga pleno sentido a la democracia es que, por definición, incluye y ampara toda forma respetuosa de vida. La de Ekai y la de los que cómo Ekai precisan de tratamientos médicos que ayudan a armonizar cuerpo y alma lo son y muchos motivos, el primero porque son inocentes de haber causado daño a terceros y, segundo, porque son valientes y, por tanto, valiosos. Me avergonzaba callar ante incompetencias o injusticias de tan graves consecuencias como esta.

*Filosofía del Derecho. Universidad Zaragoza