Los hombres del tiempo no han sabido pronosticar la bíblica granizada que el sábado anegó Binéfar en un manto de hielo, pero eso no es nada comparado con lo de Obama, incapaz de diagnosticar un tratamiento o solución para la tormenta económica que está congelando el ánimo y el salario de medio mundo.

Si alguno de nuestros eruditos meteorólogos hubiese consultado, a lo sumo, el archivo histórico de inclemencias, habría reparado en que, en años anteriores, y en estas mismas fechas, Binéfar ya sufrió el efecto de la piedra. Si a ello añadimos la densa nubosidad, la caída de temperaturas y los fuertes vientos, susceptibles de impulsar las gotas de agua hasta las altas capas de la atmósfera, donde alcanzan temperatura de congelación, se habría podido pronosticar granizadas y alertado a la población, como antiguamente hacían las campanas de las parroquias, a toque de tentenublo. Pero todo esto ocurría en fin de semana, y también el hombre del tiempo tiene derecho a descansar.

Un poco como está descansando Obama, el hombre del Times, que no del tiempo económico.

Obama es a la política de los wasps norteamericanos lo que Elvis Presley fue al blues de los negros. Un predicador revolucionario, un nieto de los Panteras Negras a quien le hicieron la manicura en la mansión de los Kennedy. Para aquella meteoróloga de la política que fue Leire Pajín, la conjunción celeste de Obama y Zapatero daría pie a un "acontecimiento planetario", a una bonanza universal. Pero, con o sin ellos, los chuzos de la recesión no han dejado de caer de punta, o de canto, y a punta de urna y cantazo de la opinión pública líder tras líder han dejado de serlo. De hecho, la última cumbre del G--8 exudaba un rancio aroma a prejubilaciones políticas, incluida la del propio Obama. Mucho me temo que, frente al huracán Romney, el fino estilista demócrata no repetirá.

No siendo una ciencia exacta, el arte de la política, como el de la meteorología (que tampoco lo es) depende del grado de corrección en la aproximación de sus pronósticos.

Si se yerra u omite la inclemencia, como les ha pasado a los líderes del G--8 y a nuestros científicos televisivos con la granizada de Binéfar, se pierde credibilidad, sufragio y audiencia. Por el contrario, si se vislumbran las dificultades y se aportan las debidas soluciones, el crédito perdura.