Hacía algún tiempo que el cine español no se adentraba en la senda de lo social, pero Icíar Bollaín acaba de estrenar una película con mensaje: Katmandú, un espejo en el cielo. Protagonizada por una actriz profesional, Verónica Echegui, que parece amateur, y por un actor amateur, Norbu Tsering Gurung, que se desempeña como un profesional.

También la película tiene un aire amateur, documental, probablemente deliberado.

Bollaín no pretende que nos extasiemos ante los paisajes de Katmandú, sino que el espectador empatice o comprenda al personaje protagonista, una maestra catalana empeñada en mejorar las condiciones educativas y existenciales de los niños nepalíes. Si ese puente colgante (como los de los valles tibetanos) funciona, la película puede emocionar y concienciar, cual es su objetivo.

El cine social, como la literatura o el teatro sociales, no está reñido con la estética, pero raramente veremos un plano viscontiniano en las películas de Ken Loach o León de Aranoa. Tampoco en Katmandú. Sí asistiremos, en cambio, a la escenificación de la miseria, a la bestial marginación de la mujer oriental, o al tráfico de menores de edad desde los pueblos del Himalaya hasta los burdeles de Bombay, aberrantes lacras que, a quienes hemos tenido la desgracia de verlas, nos ha dejado de por vida su angustiada huella y su mensaje social.

Probablemente, la lectura de Una maestra en Katmandú (Alfaguara) de Vicki Subirana, texto en la que se inspira libremente la película, la mirada ingenua de los niños y niñas de las faldas del Annapurna y el atroz destino de algunos de ellos agitaron el corazón de Bollaín, invitándole a embarcarse en un proyecto de denuncia. Podía haber filmado en Barcelona o en Zaragoza, donde algunos niños de la emigración no viven mucho mejor, y donde asimismo se dan situaciones extremas, pero de no haber localizado en Asia habría privado a la protagonista de una experiencia amorosa en la que la pureza del sentimiento vence las diferencias de raza y clase.

En cualquier caso, me extraña que en un país como el nuestro, con las situaciones de paro y necesidad que se están padeciendo, no prosperen más intentos de cine o novela social. Puede que nuestros intelectuales --¿hay alguien ahí?-- prefieran la ficción y el pensamiento global, no sé, pero el caso es que esta España en crisis no tiene aún su poeta.