La concesión del Premio de Honor de Novela Histórica Ciudad de Zaragoza a Arturo Pérez--Reverte no es sino un acto de justicia y homenaje a un autor que ha trabajado la historia con pasión, reivindicación, sensibilidad y gusto literario. A un escritor que nos ha invitado a sumergirnos en el Siglo de Oro o en la guerra de la Independecia, en la batalla de Trafalgar o en las campañas de Flandes, entre otros muchos escenarios de su amplia, sólida, vigorosa y cada vez más reconocida obra novelística. Al revitalizador de un género, el de la novela histórica, que casi nadie practicaba en España cuando él, ya en los años ochenta, comenzó a acuñar sus primeros títulos, a avisar de lo que venía.

El enorme éxito popular de Pérez--Reverte, sin duda el autor español contemporáneo más vendido en todo el mundo, se ha basado en el conocimiento profundo de la historia de España, en sus recursos literarios y en su oficio e instinto novelístico.

En su último trabajo, y me refiero a esa magnífica y monumental novela titulada "El asedio", esas características y otras confluyen en sus capítulos con la misma naturalidad y fluidez con que las peripecias de un puñado de inolvidables personajes en el Cádiz sitiado por la artillería de Napoléon va discurriendo ante el lector.

Pérez--Reverte ha enriquecido "El asedio", una novela parangonable, por ejemplo, con "La guera del fin del mundo", de Mario Vargas Llosa con un trabajo documental como para sacarse el sombrero de tres picos que lucieron algunos de los diputados participantes en Las Cortes liberales,, de los armadores que recorrían los cafés de la calle Ancha o de los siniestros policías a quienes el autor confía el trasfondo policíaco de "El asedio"; incluso de los capitanes corsarios que, al calor del bloqueo, apresaban pequeñas balandras, incluso goletas de carga entre Tarifa y el cabo de San Vicente, para acto seguido, en noches canallas, malgastar sus ganancias en las cantinas de La Caleta.

La enorme variedad de anécdotas y detalles, el mobiliario, los carnavales, las fortificaciones, las técnicas forenses o el uso de las torres vigía proporcionan al texto riqueza y textura, pero es, al cabo, la lúcida capacidad del autor para introducirse en la psicología de un oficial gabacho, o para reunir en el personaje de Lolita Palma un siglo de tradición liberal y dos milenios de sangre mediterránea, lo que conquista y seduce al autor. .