Las mismas potencias que a lo largo de los cuatro años de la guerra de Siria consideraban que Bashar el Asad no podía tener ningún papel en el futuro del país lo consideran ahora un mal menor. Francia, que llegó a pedir no solo su retirada sino incluso su eliminación, está modificando su postura. François Hollande, empeñado en la construcción de una coalición para combatir al Estado Islámico (EI) parece dispuesto a salvar al tirano. Más reticente, se muestra EEUU, pero la desaparición de la escena de El Asad ya no es prioritaria para Washington. Ayer mismo, Merkel llamó también al dictador a colaborar en la lucha. La diplomacia considera ahora aceptable la permanencia de El Asad en un primer momento tras un acuerdo de paz. El poder destructivo y desestabilizador de EI; la aparición en la escena de Rusia que es el gran valedor del tirano sirio, convertida en elemento imprescindible para alcanzar el fin de la guerra, y los atentados registrados hace dos semanas en París han dado el vuelco al objetivo de poner fin a la guerra y a los medios para lograrlo.

Recapitulemos. A finales de enero del 2011 unas tímidas manifestaciones pedían una reforma política y el fin del estado de emergencia en vigor ¡desde 1963! Las protestas aumentaron y el régimen lanzó toda la fuerza represiva contra los manifestantes. Empezó a correr la sangre y lo que hasta entonces había sido una muestra del cansancio de una población por una dictadura y una dinastía que lleva casi 50 años en el poder tomó un cariz bélico. Un frente estaba bien definido, el de Asad. El otro, cuatro años después, sigue formado por una miríada de organizaciones. En medio del caos aparecieron grupos yihadistas próximos a Al Qaeda así como la formación más letal y potente, el EI.

Una cosa es evitar a toda costa el caos absoluto en que cayó Irak después de la invasión de EEUU cuando Bush optó por la eliminación de todo vestigio político y administrativo del régimen de Sadam Husein --caos que todavía pervive y que ha permitido la aparición del yihadismo en Siria--, y otra es salvar al tirano. Estaría bien que los dirigentes dispuestos a considerar a El Asad como un mal menor no olvidaran que los cuatro millones de refugiados sirios que en su mayoría están en Líbano, Jordania y Turquía, más el millón aproximadamente que ha llegado a Europa, han huido no solo del EI. Han huido también de las huestes del tirano de Damasco.