Un club grande se distingue fundamentalmente por la magnitud de su historia, por los títulos, el fútbol y los momentos de gloria vividos. Pero también por su capacidad para hiperbolizar situaciones, para agigantar los instantes triunfales y para hacer de las crisis muchas crisis. El Real Zaragoza sabe bien de esto. Durante diferentes épocas ha tocado el cielo y ha mirado el mundo desde su cumbre. Ahora intenta escapar de un infierno del que no encuentra la salida. Samaras es el último ejemplo de que aunque no atraviese por la mejor etapa en su biografía, el Real Zaragoza conserva por completo su ADN, el de un club grande.

La llegada del carismático jugador griego ha vuelto a ponerlo en evidencia. Delantero muy mediático, con personalidad futbolística, pasado sobresaliente en el Celtic, extraño y lujoso por su demostrada categoría en tiempos en el mar de mediocridad de la Segunda División. La respuesta del zaragocismo al fichaje de Samaras ha sido proporcional al equipo que representa, un club grande. El derecho a ilusionarse es extraordinariamente humano, más todavía en esta terrible época de desilusiones. Eso es lo que ha traído Georgios desde Atenas: esperanza. Que nadie rechace sus sueños, pero que a Samaras no lo devore el fenómeno Samaras. Prudencia también.