El próximo día de San Jorge, Francia celebra elecciones y todo parece indicar que van a ser unas presidenciales muy diferentes. El panorama político que se les presenta a los franceses puede calificarse, como mínimo, de peculiar; y pone de manifiesto la existencia de una profunda corriente de cambio, que ya hemos experimentado en España y que recorre el mundo.

En el Partido Socialista francés, Hollande ha representado durante cinco años el papel de último exponente de una forma de hacer política que ya no funciona, ha sufrido la mayor crisis de seguridad a la que han tenido que hacer frente los franceses desde la Segunda Guerra Mundial y se ha enfrentado a un declive económico persistente que ha ido minando los cimientos del estado del bienestar. Su primer ministro, Manuel Valls, no ha podido evitar las consecuencias de sus contradictorias posiciones políticas, en ocasiones tan cercanas a la derecha, que resultaba difícil seguir creyéndole socialista. La renuncia de Hollande a repetir candidatura y la derrota de Valls en las primarias de su partido, a favor del radical Benoît Hamon, han hundido al PS en las encuestas.

En la derecha, la situación no es mejor. El carismático Sarkozy fracasó con estrépito en la primera vuelta de las primarias de su partido, y a François Fillon, vencedor sobre Alain Juppé, se le ha cruzado en el camino el inesperado escándalo de haber estado engañando a todo el mundo durante años con un contrato de trabajo ficticio a favor de su esposa. Las posibilidades de Los Republicanos de vencer al Frente Nacional de Marine Lepen, se han reducido notablemente y han dado alas a la extrema derecha, cuyo crecimiento sigue imparable.

Con una izquierda desnortada y dividida entre la residualidad crónica e insumisa de Melenchon y la reconversión apresurada de los socialistas de Hamon, la final podría jugarse entre dos equipos: eterno e improbable aspirante uno y desconocido el otro. En medio de la incertidumbre más absoluta, son muchas las encuestas que pronostican que en la segunda vuelta se enfrentarán Marine Lepen y Emmanuel Macron.

La orientación política de la primera es bien conocida: los postulados de siempre de la extrema derecha, ligeramente suavizados por una figura maternal que ha sido capaz de «matar al padre» y de presentar su mismo programa, recubierto de una almibarada capa de maquillaje femenino. El segundo, Macron, es al mismo tiempo una animal político, una incógnita y un cohete fulgurante a los mandos de un invento llamado En Marche!, que no es un partido político al uso y que ha tomado por asalto el casi abandonado espacio del Centro.

Macron, Ministro de Economía en el último gobierno de Hollande y cercano ideológicamente a Valls, dimitió de su cargo en agosto de 2016 para iniciar la carrera política de quien sabe ver en la corriente imparable del tiempo, el momento preciso en que es propicio saltar a la arena. En pocos meses, Macron y su movimiento ciudadano han sabido atraer hacia sí todas las miradas y muchos de los votos huérfanos a izquierda y a derecha del Centro que dice representar.

Pero la guinda de este gateau la acaba de poner el eterno inquilino del planeta Centro, François Bayrou, al anunciar el pasado 22 de febrero su renuncia a presentar candidatura y su alianza con Macron. El 6% de voto que le vienen dando las encuestas a Bayrou puede resultar determinante para vencer a Fillon en la primera vuelta y para impedir que el lepenismo ponga por primera vez al frente de la Republique Francaise a una mujer.

Algo parece claro, y no sólo en Francia: los ciudadanos buscan desesperadamente un cambio de paradigma que incluya en su programa la honradez. Bayrou tiene fama de honrado y es el eterno «tercer hombre» de la política francesa. Macron es un joven preparado, brillante, fresco, original y sensato.

Los paralelismos y las comparaciones entre Macron y Albert Rivera son inevitables, pero En Marche! mantiene intacta su credibilidad, al no haber cometido todavía los muchos errores de Ciudadanos: convertir zafiamente un movimiento ciudadano en un partido político con todos los vicios que proclamaba combatir, y consolidar una indefinición ideológica que le sitúa a día de hoy en ninguna parte o como mero apéndice de la derecha de siempre.

Que el paradigma tiene que cambiar es un clamor que se escucha en toda Europa. Lo que está por ver es si los San Jorges disponibles han entendido bien el mensaje y se atreverán a matar al dragón, o si se conformarán con domesticarlo. Si optan por lo segundo, los Lepen ocuparán el lugar del caballero y de la bestia. Créanlo, y si no miren hacia el oeste, allí está Trump para mostrar el camino.

*Escritor