Cuando a los españoles les gustaría marcharse de vacaciones con los deberes hechos, y con un Gobierno estable, la temperatura política, como la propia del estío, aumenta hasta el agobio.

Partiendo de un cierto anticiclón, pues es indiscutible que las urnas han reforzado al Partido Popular, indicando claramente que es ésta fuerza la que a priori debe gobernar.

Sin embargo, no han especificado cómo.

Celebrada en las urnas la primera parte del partido de legislatura, la segunda mitad corresponderá disputarla no al pueblo espectador, sino a los políticos jugadores.

Cuyo primer encuentro, allá por diciembre de 2015, con frío invernal, terminó en empate a cero, por lo que ahora, seis meses después, en julio de 2016, sudando la camiseta a base de bien, van a jugar la prórroga.

Uno de esos jugadores claves, situado estratégicamente en el centro del campo, es Pedro Sánchez, secretario general y candidato del PSOE.

En sus botas, o en sus manos, está la posibilidad de desempatar el partido, marcando, según algunos comentaristas, un gol al bloque defensivo de la inercia parlamentaria, o, según otros, marcándose un tanto en propia puerta.

La presión medular sobre Sánchez, por parte del rival y de todas las restantes líneas de su equipo, del cancerbero al cazagoles, del extremo izquierda al lateral derecho, debe ser agobiante.

Y no sólo por el bochorno ambiental ni por la alta temperatura del termómetro político, que tampoco permite desestimar absolutamente tormentas ni granizadas, sino porque el resultado final va a depender muy mucho de si el capitán socialista retrasa el balón a su portería, con la esperanza de que el guardameta se lo devuelva para seguir jugando, o, por el contrario, lo fía todo a la inspiración y, reuniendo sus últimas fuerzas, se lanza a un ataque desmelenado contra el arco contrario, para intentar conseguir un tanto de factura personal y, casi en el último minuto, poner en pie al estadio.

Sánchez no le quiere pasar la pelota a Rajoy para que el capitán contrario se luzca en jugada personal, y por eso recorre incansable el medio del campo, sobando el cuero a ver si el rival se despista y deja hueco antes de que el árbitro silbe el final para tirar los penaltis.