Emmanuel Macron, con un partido novel hecho a su imagen y semejanza (La República en Marcha) ha obtenido la mayoría absoluta en la segunda vuelta de las legislativas francesas y ha culminado en un tiempo récord la demolición del tradicional sistema de partidos de la Quinta República. Superando la mayoría absoluta necesaria frente a los 577 escaños de la Asamblea Nacional, el que fuera ministro de Economía de Hollande tendrá las manos libres para gestionar su programa político de carácter liberal que deberá aplicar a temas tan sensibles como la reforma laboral, la corrupción o la lacra del terrorismo. Su victoria ha sido incontestable y ha dejado en la cuneta a sus rivales. Por la derecha, Los Republicanos se alzan como segunda fuerza del hemiciclo, pero perdiendo un tercio de sus diputados, mientras el Partido Socialista acentúa su caída hasta los infiernos de la marginalidad parlamentaria. Su primer secretario ya ha anunciado la dimisión. Por la izquierda, Jean-Luc Mélenchon consigue grupo parlamentario sin la muleta comunista. Y la ultra Marine Le Pen ni siquiera tendrá representación orgánica. Pero existen matices a la victoria. Uno de ellos es la alta abstención de una ciudadanía fatigada: el 56% ha decidido no votar. Macron tiene su rodillo a punto, las expectativas que genera son muy altas, tanto como sería el precio a pagar si no las cumple.

El 39º congreso del PSOE se cerró el domingo con la sensación de que Pedro Sánchez ha acaparado todo el poder, pero que la unidad del partido está lejos de haberse conseguido. En primer lugar, el 30% de los delegados no votaron la nueva ejecutiva. Es verdad que, en relación con el resultado de las primarias, este porcentaje es 20 puntos superior, pero parece más bien que los sectores críticos optaron por hacerse a un lado y dejar hacer. Sin embargo, las ausencias clamorosas de algunas delegaciones, entre ellas la de Andalucía, en las votaciones de las ponencias no auguran nada bueno. La misma Susana Díaz se ausentó del discurso final de Sánchez con explicaciones poco convincentes. La nueva ejecutiva, como reconocen los nuevos dirigentes, no es de integración -solo Patxi López no pertenece al núcleo duro sanchista- y responde a la necesidad de evitar un nuevo motín como el de octubre pasado, pero Sánchez podía haber sido algo más generoso sin romper la cohesión. Las reticencias de los barones al reconocimiento del Estado plurinacional auguran asimismo problemas, aunque en este tema el PSOE ha dado un paso positivo para abordar el conflicto de Cataluña y se opondrá además a una eventual suspensión de la autonomía. Pese a las discrepancias, Sánchez tiene derecho a gobernar el partido sin trabas por parte de los críticos y a apostar por la política que defiende. Ya vendrá el tiempo de hacer balance.