Asistimos en las últimas semanas a un pseudo-debate acerca de artefactos que realizan una serie de tareas que producen, primero, asombro y, luego, temor ante el futuro del trabajo. Los coches sin conductor o los robots son casos muy llamativos.

No es un debate nuevo. En los siglos XVIII y XIX ya se produjeron esos miedos y las consiguientes acciones de los luditas con la destrucción de las máquinas de hilar. El debate es recurrente. En las navidades de 1995 triunfó un best-seller que llevaba por título El fin del trabajo, que hablaba del apocalíptico futuro de un mundo sin trabajo.

Hay diversos y contundentes datos que demuestran que las cosas no van por esos derroteros. Todos los estudios señalan que el progreso tecnológico no reduce las necesidades de trabajo. Mientras unos empleos desaparecen, se crean otros nuevos. Si los hilanderos disminuyen, aparecen los que construyen las máquinas de hilar. Si los robots sustituyen a algún tipo de trabajadores industriales, se crean nuevos empleos en el sector de la informática o la electrónica para que esos robots funcionen.

Keynes señalaba que el dividendo de la productividad haría innecesaria una importante cantidad de trabajo y de trabajadores. Se refería a que el aumento de la producción en relación al trabajo utilizado, o sea el incremento de la productividad, permitirá disponer de más bienes con menos horas de trabajo. Lo cierto es que esto no se ha producido. No solo se trabaja menos sino todo lo contrario, se trabaja más que, pongamos, hace 50 años.

Hemos pasado de las 48 horas semanales, a las 44, después a las 40 y ahora, las horas anuales pueden suponer menos de 40 horas semanales ¿Entonces? Han aumentado extraordinariamente las tasas de actividad femeninas. Antes, en una unidad familiar trabajaba una persona, ahora es casi imprescindible que lo hagan dos. Hagan cuentas.

Sí que se han producido espectaculares incrementos de productividad. Por ejemplo, nuestro sector agrario hace 40 años ocupaba 4 millones de personas e importábamos alimentos. Hoy ocupa menos de un millón y exportamos alimentos en cantidades enormes. Pero también se ha democratizado el consumo. Antes consumían cuatro y los demás se alimentaban. El consumo de masas impulsa la actividad y este se consigue porque los incrementos de productividad abaratan los productos y servicios

Todo esto sin considerar el tiempo que estamos ocupados pero que no lo consideramos trabajo. Si pasamos una tarde en un hipermercado haciendo la compra, no sentimos que estamos trabajando. Nos resulta agradable. Ya procura el establecimiento hacértelo pasar bien, vas a gastar dinero, o sea: desplumar al pollo sin que se dé cuenta. Si dedicamos un fin de semana a montar un mueble… en fin. Es lo que tiene la sociedad del autoservicio: más ocupaciones que no las percibimos como trabajo.

Podemos asegurar que hoy en día no se trabaja menos. Lo que ocurre es que, en general, se trabaja mucho mejor, en casi todos los aspectos: entorno, seguridad, condiciones, esfuerzo, medios.

¿Cuál es pues el conflicto entre empleo y desarrollo tecnológico? Los desajustes temporal, funcional y geográfico que se pueden originar. Las personas que una máquina sustituye pueden no ser capaces de encontrar el trabajo complementario al funcionamiento de esa máquina, por ejemplo, el fabricarla, programarla o manejarla. O puede ser que esa máquina que sustituye a trabajadores locales, no se fabrique aquí, si no en otro país.

¿Qué hacer pues con los desplazados? Dos son las políticas que a mi juicio deberían aplicarse para atender a esos colectivos. Una, la apelación y la insistencia de los procesos de mejora continua que conllevan la formación permanente. La segunda tiene que ver con la atención económica a los afectados por estos desajustes.

Se escapa al objetivo de este artículo señalar un modelo tributario adecuado para una estructura productiva cada vez más tecnificada. Pero eso que se ha oído de poner impuestos a los robots para equiparar a la tributación por el trabajo, no parece adecuado, a priori, porque eso limita el progreso técnico y creo que, primero no sería eficaz, y segundo, va contra la tendencia de los tiempos y produciría retrasos en nuestra economía y en nuestro bienestar.

En el mientras tanto, y a la espera de un modelo tributario y laboral para esos tiempos, hay margen para que en esos momentos se hagan las cosas que se tienen que hacer: evitar la elusión fiscal de las multinacionales, suprimir los paraísos fiscales, conseguir un sistema fiscal más justo. En el caso europeo es escandaloso lo de Luxemburgo, Holanda, Irlanda..y en el caso español, lo del cupo vasco. Vayamos a lo cercano, donde podamos actuar.

SFlb*Universidad de Zaragoza