Nos habíamos relajado durante el puente del Pilar (qué curioso... ¡un país que se va de vacaciones en plena crisis político-institucional!). Pero ayer las Españas se pusieron trágicas y la atmósfera volvió a enrarecerse, como si el humo de los incendios en Galicia, Asturias y León se extendiese ominoso sobre toda la península (Portugal incluido, claro). Rajoy y Puigdemont volvieron a su juego epistolar del ratón y el gato. Ambos se han enzarzado en un duelo sin vencedor posible, un pulso dominado por la impotencia, el absurdo y la hipocresía. Mientras, conocidos periodistas e intelectuales alinean también artículos y opiniones en una confrontación donde cada cual se carga de razones por el trucado método de describir una parte de la realidad y olvidarse de la otra (véanse los polémicos escritos de Antonio Muñoz Molina y John Carlin, que han incendiado las redes).

Y en estas, que el cambio climático nos ha dado otra cruel cuchillada. El inaudito calor en octubre, el rebufo de un huracán atlántico como nunca se vio y una sequía que bien podríamos calificar de histórica han convertido los habituales fuegos provocados por imprudentes o criminales en una terrible catástrofe. ¡Ah!, es que mientras españolismo y catalanismo se buscan la yugular, aquí se nos está viniendo encima la desertificación, la falta de agua y unas alteraciones medioambientales más que amenazadoras. Los pantanos se han quedado sin agua, el verano se ha prolongado durante seis meses, los bosques se queman y en el sur hay ciudades y comarcas donde la gente empieza a plantearse una huida en masa cuando los termómetros alcancen los 50 grados, lo cual está al caer.

Cataluña, Cataluña, Cataluña... España, España, España... Se falsea la Historia, se inventan agravios, se conspira, se agitan las emociones y entre tanto dejamos en la cuneta los verdaderos grandes problemas, los que exigirían ahora mismo nuestra atención y esfuerzo. Estamos secos, huracanados y quemados. Y deprimidos, porque ya intuimos que en este juego vamos a perder todos.