Y Merkel dio un paso adelante. Y, con él, la prensa mundial y las opiniones públicas europeas y americanas contemplan, un tanto atónitas, el final de una era, la de las especiales relaciones con EEUU. Porque, en un acto electoral en una cervecería de Múnich, la cancillera alemana se despachó duramente con la América de Donald Trump, tras una semana de reuniones con él y su séquito, y la emergencia de inevitables tensiones, que han abarcado desde el cambio climático al proteccionismo o a las relaciones militares transatlánticas. Veamos esos desencuentros.

En primer lugar, en el mitin de Bruselas en la sede de la OTAN, sorprendente ausencia de compromiso en la aplicación del famoso artículo 5 de la Alianza Atlántica, el que proclama la solidaridad de sus miembros si alguno de ellos se considera atacado. En este mismo ámbito, acerbas críticas de Trump a los países europeos por un gasto militar inferior al 2% del PIB, acordado para más allá del 2020. Y que, en el caso alemán y con un 1,2% de su PIB en defensa, es un tema especialmente sensible y con muy poco soporte popular. En segundo término, y también en su encuentro en Bruselas con Donald Tusk, Jean-Claude Juncker y el resto de líderes europeos, las explosivas declaraciones acerca del déficit comercial de EEUU con Alemania: «Los alemanes son malos, muy malos», afirmó textualmente para, a continuación, postular que iba a poner freno a la venta de millones de vehículos automóviles alemanes en América. Finalmente, en la reunión del G-7 en Taormina (Sicilia), la completa oposición a aceptar los acuerdos de París sobre el cambio climático, lo que ha situado a EEUU como el único gran país del planeta en defender esa posición.

Frente a tanta agresión, no hay acuerdo acerca de la espontaneidad de lo declarado en Múnich por Merkel. Con interpretaciones que oscilan desde aquellos que desearían que solo fuera una tempestad en un vaso de agua, a los que creen que, conjuntamente con la llegada de Macron a la presidencia francesa, auguran el nacimiento de una nueva era en la UE. Reafirmando esta visión, el muy poderoso Wolfgang Schaüble, el ministro alemán de finanzas, viene postulando que, tras el brexit, Alemania debe esforzarse por mantener mucho más unida al resto de la Unión.

En todo caso, ¿qué dijo Merkel? Permítanme citar exactamente algunas de sus más celebradas sentencias: «(…) necesitamos relaciones amistosas con EEUU y Gran Bretaña, y con otros vecinos incluida Rusia» o «tenemos que luchar por nuestro futuro nosotros mismos». Es decir, la UE no debe esperar ya mucho del mundo anglosajón: el brexit y la victoria de Trump han puesto a Europa frente a un panorama desconocido en las últimas décadas.

Este creciente desapego anglosajón respecto de lo que pueda suceder en el continente europeo evoca otros momentos históricos. Y aunque ninguna circunstancia es similar, algunos paralelismos con los años previos a la primera guerra mundial están ahí. En particular, el renacido nacionalismo, en este caso anglosajón.

LO QUE ESTÁ SUCEDIENDO no es nuevo. De hecho, es una nueva versión del cisma que la intervención americana en Irak provocó ya en el 2003. Hoy parece olvidado por muchos, pero la decisión de Bush de ir a la guerra contra Sadam Hussein encontró, tanto en Alemania como en Francia, una muy marcada oposición: en un asunto de tanta trascendencia, era la primera vez desde la segunda guerra mundial en la que Berlín tomaba sus propias decisiones. Desde entonces ha llovido mucho. Y el proyecto europeo ha pasado por vicisitudes impensables e, incluso, ha estado a punto de irse a pique. Por ello ahora, tras el brexit y la crisis de refugiados, es tan relevante que Alemania y Francia redefinan el proyecto europeo. Este último aspecto es, quizá, el que explica la creciente afirmación germana frente a unos EEUU que, ya desde Obama y ahora en particular con Trump, han virado hacia el Pacífico como área de interés prioritario.

Desde amplios sectores políticos y económicos de Alemania se considera a Trump una verdadera desgracia: el semanario Der Spiegel le ha tildado, sin ir más lejos, desde inmaduro adolescente a peligro para el mundo. Y, ciertamente, muchas de sus potenciales políticas, lo son. Pero para nosotros los europeos, quizá sea el momento de transformar esa crisis trasatlántico-anglosajona en una nueva oportunidad: la confluencia de Macron en Francia y Merkel o Schultz en Alemania deberían permitir dar un salto de escala en el proyecto común. Lo deseamos fervientemente. Porque, de forma perentoria, lo necesitamos.

*Catedrático de Economía Aplicada