Depende de la suerte que tengas ese día, puedes frenar tu automóvil justo al lado de las rayas blancas. Ese instante criminal puede amargar tu existencia si a la vera de tu buga, el prenda que se sitúa al volante del aledaño najador tiene atorada la trompa.

Todo depende de la calidad de las velas. Si el verde está solidificado formando un pedrusco, el gachó solo tendrá que extraer el guijarro mucoso valiéndose de la uña con forma de pala de panadero; si el estado del pastel es entreverado, su deformidad semisólida hará más dificultoso el amontonamiento previo para su extracción de una vez; si la cosa es masa escurridiza, ahí la auscultación se torna harto trabajosa y su extirpación un meneo en varias fases.

El colofón por tanto, siempre viene a ser la cabeza del sujeto asomando por la ventanilla, la yema del dedo índice taponando una de las narinas para que, a través de la otra, salga catapultado el chorro traicionero que acaba por alojar el desperdicio en el lugar más insospechado que te puedas imaginar.

Como además, los chanchos casi siempre carecen de mocador, el resto del pispajo se resiste a abandonar en su totalidad el habitáculo creando un hilillo denso y mugriento que no puede ser retirado sino por la mano experta de dicho cabrón. Que, cómo no, restregará por la puerta de su carroza para liberarse de él.