El éxito de la moción de censura a Rajoy y el consiguiente desembarco de Pedro Sánchez en la Moncloa ha provocado la consabida reacción de las derechas, enrabietadas, echadas al monte (retórico), descalificadoras y lanzadas a una ofensiva de falsas noticias que recuerda su réplica cuando el 14 de marzo del 2004 llamaron a Zapatero «presidente por accidente» y se empeñaron en sostener la demencial y mentirosa versión de los atentados del 11-M que Aznar y el propio Rajoy habían intentado mantener hasta el último segundo. Hay cosas que nunca cambian. Salvo a peor.

Se ha acabado el veraneo, vuelven las cosas a su ser y lo cierto (ahí PP y Cs no engañan) es que Sánchez, sus ministras y sus ministros se van a enfrentar a muy serias dificultades. Para empezar porque sus apoyos parlamentarios son volátiles, contradictorios entre sí y no parecen muy entregados. Podemos necesitará superar de una vez la acefalia de los últimos meses e intentará hacerse notar más y más. Los secesionistas catalanes, sobre todo el PDCat, tirarán de la cuerda sin medida (¡llega el día 11, la Diada!), en un ejercicio de provocación que les permita mantener vivo (formalmente) su procés. La situación económica global no ayudará. Las devaluaciones en los países emergentes, donde precisamente bancos y multinacionales españolas tienen importantes intereses, se combinarán con la inestabilidad que provocan las patochadas de Trump (pero la derecha española le echará la culpa de todo a Sánchez). En ese momento, que está a la vuelta de la esquina, el actual Gobierno de España verá si tiene margen táctico para solventar la situación y ganar (recuperar más bien) futuros votantes, o debe jugársela y convocar elecciones cuanto antes. Desde luego, los socialistas no pueden permitirse entrar en una guerra de desgaste, porque podrían llegar exhaustos a cualquier cita con las urnas.

Sánchez está en una posición débil. No controla del todo su propio partido. El contexto global no le favorece. Venció en su última campaña relámpago. Pero ahora...