El pasado día ocho de marzo Luisa Miñana presentó en el Museo Pablo Serrano su recién aparecida novela Territorio Pop-Pins. Fue el primer acto público de la nueva editorial Limbo Errante, dirigida por Víctor San Frutos, que aparece con voluntad de dar cabida a propuestas de alto voltaje literario en prosa novelesca y en prosa de ensayo: la recuperación de Las Pirañas de Miguel Sánchez Ostiz, el nuevo título de Ignacio García-Valiño, Lo que vive adentro, y la apuesta por la escritora ecuatoriana Sandra Araya con su novela La familia del Dr. Lehman así lo corroboran. El cuidado editorial y la calidad de las ilustraciones, que se están convirtiendo en una denominación de origen de las prestigiosas editoriales independientes aragonesas, comparecen en esta entrega de la mano de la diseñadora editorial Juncal Pibernat Serrano y de la ilustradora Agnes Daroca.

El sexo como una cuestión sociológica, antes que individual o freudiana, es una de las líneas transversales de Territorio Pop-Pins. Mariano Anós leyó en la presentación un pasaje del capítulo titulado «Ya me gustaría a mí hablar de sexo en internet». Miñana escribe sobre los abusos sexuales contra las mujeres injertos en el día a día de su protagonista, Helia Álvarez, nacida en 1959: los tocamientos a los once años en una multitudinaria visita de Franco a Zaragoza; el cura que sienta en sus rodillas a la adolescente recién púber de doce años; la violación de la joven de dieciséis años que regresa de noche a casa; la universitaria que en el metro de Madrid siente de pronto una polla trepar por su trasero, grita y avergüenza al asqueroso ante la impasividad del resto de pasajeros. Helia Álvarez calla. El silencio acompaña a la humillación. Leyendo la novela de Luisa Miñana he recordado cómo crecíamos las chicas en los setenta. Todos estábamos convencidos de que las chicas hacíamos algo culpable entrando y saliendo de casa a según qué horas; que nos exponíamos al ir a discotecas, al beber, al fumar, al bailar. Si te pasa algo, recuerda Helia Álvarez, «la culpa es tuya por salir (…) que ya te he dicho mil veces que no sé qué haces por ahí, que por ahí solo van las putas o casi putas, que qué pensará la gente». Qué duda cabe: mejor, «ser un bote de Colón».

Acaban de proyectar en TVE2 en el ciclo Historia del Cine Español El pájaro de la felicidad de Pilar Miró. Más silencio y humillación. No me refiero solo al argumento de la película en el que una mujer madura que sale sola a la calle -después de cenar con su nuera, su nieto y su hijo- es brutal y grotescamente agredida sexualmente. Luego, tras llorar y llorar, se ducha y calla. El primer plano en el que se muestra la ropa levantada, las bragas bajadas y otro primer plano con la cara de gozo del agresor son impagables y valen por mil palabras que traten de hacer pedagogía sobre el tema. Pero no me refiero a la humillación de la mujer en la trama narrativa, a lo que me refiero es a que la película de Miró estaba calificada con dos estrellas, como cualquier baratija del cine español de las que emite el canal Somos. Humillación y silencio, a mi entender. El pájaro de la felicidad trata de cómo una mujer, que ya se ha reproducido, se ha separado de su marido, también de su hijo, incluso de sus padres, se reconstruye sentimentalmente a través de un profundo amor por su trabajo de restauradora de obras de arte y de una breve relación amorosa con la madre de su nieto, también con el nieto, claro. La parte de la película ambientada en el cabo de Gata tiene una planificación bellísima de inspiración pictórica. Las dos mujeres y el niño de la película compiten en belleza con las representaciones de la Sagrada Familia de Murillo. Qué vergüenza. Dos estrellas para Miró: mejor, «ser un bote de colón y salir anunciado por la televisión».

La novela de Luisa Miñana es también una historia de mujeres, que busca la explicación emocional del presente en la reconstrucción de la vida y los afectos de tres mujeres de una familia: la abuela, que fue la joven novia republicana de un anarquista asesinado; la madre, que emigró a Barcelona e interiorizó la castración que el nacional catolicismo tuvo prevista para las mujeres; y Helia, que fue joven durante la Transición. Entonces aparece la canción de Alaska y Dinarama, que la madre no puede aguantar. Cuando la abuela republicana y la joven Helia no pueden soportar el peso de la historia familiar, su propia historia y la historia del país -eso ocurre la noche del 23-F--, la extraña manera de estar vivas y juntas explota en un himno esquizoide: «Quiero ser un bote de Colón y salir anunciado por la televisión». Territorio Pop-Pins, una novela cuatro estrellas. El pájaro de la felicidad, también cuatro estrellas.

*Profesora. Universidad de Zaragoza