Es difícil rebuscar entre la maleza, que en los dos últimos meses es mayoritaria, y encontrar algún brote verde incluso en este tiempo en el que el listón de la exigencia deportiva se ha rebajado hasta casi confundirse con la condescendencia. Sin embargo, no todo es negativo tras el 4-0 con el Betis. Lo sustancial sí, lo decisivo también. Algunos pasajes, algunos momentos, algunos detalles, no.

La bajada de brazos de la segunda parte, con una falta de amor propio y carácter alarmantes, no tiene justificación. Pero hasta el 2-0, el Real Zaragoza hizo algunas cosas bien, tomando como virtudes lo que en otros tiempos jamás hubiera recibido semejante calificativo.

El equipo compitió y le creó peligro al Betis. Sin grandes alegrías, pero sucedió. El 4-0 posterior convirtió en intrascendentes esas pequeñas conquistas. En esos primeros minutos, la defensa de cuatro centrales funcionó. Quizá es la mejor que Popovic puede alinear incluso con Rubén, lo que desvela la pésima elección de los laterales en verano (Fernández, Rico y Diogo). Solo ofrece la duda de Vallejo, de si vale la pena sacrificar el estupendo central que es por un lateral convencional.

El Zaragoza está para sopitas. Para pocos planes grandilocuentes. Para recogerse mucho, tratar de no recibir goles, ser más sólido y fiarse al talento de los puntas. El plan de los cuatro centrales está lleno de imperfecciones, pero es uno de los más seguros entre la inseguridad de todos los planes.