El despeñamiento del equipo a la vuelta de las vacaciones de Navidad con un bagaje paupérrimo de un punto de doce posibles, la caída al vacío en la clasificación, el progresivo alejamiento de los puestos de playoff de ascenso (a seis de distancia ya), la política de fichajes en el mercado de enero, con mucho jugador complementario y ninguna contratación hechizante, los cuatro años en Segunda División y el temor a que pueda haber un quinto... Ese cóctel explosivo ha generado en los últimos días un profundo clima de pesimismo, desilusión y desánimo alrededor del Real Zaragoza, como si todo estuviera ya perdido y no hubiera más objetivo que poner a salvo los muebles de las llamas de la Segunda División B.

En medio de esa atmósfera de lógico negativismo, para muchos simple y crudo realismo, ha emergido esta semana la voz del capitán, que se negó a dar por desahuciada la temporada y rechazó renunciar a los objetivos iniciales. Ese «cómo que no se puede, quien nos dé por rendidos se equivoca» de Zapater es el único canto a la esperanza que le queda al zaragocismo.

Puntos por repartir todavía hay muchos (57) y tiempo para tejer una reacción, también. Pero para que esas palabras de cierto optimismo en medio de tanto pesimismo no se las lleve el viento, para que las intenciones no sean solo buenos propósitos, el Zaragoza ha de empezar a ganar. El derbi de Huesca abrirá o cerrará puertas.