Han dicho las crónicas que esta vez fue menos gente a las manifestaciones de la Diada. Pero seguían siendo cientos de miles. En cualquier caso, si el independentismo va de bajada, mejor todavía para afrontarlo mediante alternativas democráticas, que en última instancia acaban necesariamente en algún tipo de referendo. Puigdemont, el actual president, quiere una consulta legal. Lo que ya es mucho, pues durante decenios los nacionalismos periféricos preferían avanzar hacia la separación de España a través de complejos procesos políticos (a ser posible parlamentarios) y con grandes demostraciones en la calle, pero no ajustándose a esquemas de calidad como los del llamado procedimiento canadiense. Allí, el asunto quebequés se ha ido resolviendo paso a paso (como no me canso de repetir) mediante pactos, leyes, urnas y papeletas. Eso sí, todo se ha hecho con la máxima claridad y transparencia, sin trampas ni trucos. Podríamos copiar la receta: se trata ante todo de asegurar que cualquier decisión soberanista, si ha de ir hacia la ruptura de un statu quo secular, precisa una mayoría muy cualificada, e incluso la propia convocatoria a las urnas requeriría un respaldo de similar cualificación. Porque en estos casos no vale el absurdo sistema británico de asociar la decisión (como en el desdichado brexit) a la mitad de los votos más uno. No hablamos de una elección de representantes que se repite cada cuatro años, sino de algo mucho más profundo y definitivo.

He escuchado las reacciones al 11-S por parte de los partidos contrarios al referendo. Me han parecido tan poco convincentes como las de los nacionalistas catalanes cuando se autoadjudican un respaldo absolutamente mayoritario y confunden los términos de un consulta con los de unas elecciones legislativas. De hecho, el bloqueo (palabra que por otra parte estoy empezando a odiar) existente hoy en Cataluña, y por tanto en España, se debe a que los patriotas de ambas partes, centrífugos y centrípetos, se necesitan mutuamente. Sin los unos, los argumentarios de los otros perderían mucho... y viceversa. Ese es nuestro maldito nudo gordiano.