Hace años que no voy a Venezuela. Doy por hecho que las cosas han empeorado. Por la torpeza, la ineficacia y la mala baba del chavismo, que tiene en Maduro un líder capaz de superar con su jeta estaliniana los desvaríos del propio Chávez. Por el sabotaje económico de las élites, vinculado a las operaciones encubiertas de la inteligencia norteamericana. El régimen es una mierda; la oposición (dicen que democrática, pero eso habría verlo), también. Es muy lamentable que Venezuela, tan agobiada, se haya convertido en un manido recurso para condicionar los debates sobre política española. Ojo, no propongo olvidar lo que sucede en dicho país latinoamericano. Pero tampoco es de recibo que se utilice cada acontecimiento de allí para camuflar lo de aquí: la corrupción de las élites, la pudrición del PP, la mísera rebatiña del PSOE, el barullo catalán, el fácil oportunismo de Ciudadanos, la insoportable levedad de Podemos... Al español de a pie, por mucho que lamente la deriva antidemocrática y violenta al otro lado del océano, le seguirá doliendo más enfrentarse a su propia realidad y saber cómo ha sido estafado, engañado y robado no por aquellos sino por estos, los más próximos, los que podían robarle directamente el pensamiento y la pasta.

Estados donde la calidad de la democracia desciende por momentos hay muchos: Venezuela, por supuesto, aunque también México, Turquía, Israel, Hungría... Otros jamás disfrutaron de un sistema de derechos. Pero la cuestión ya no es esa, como no lo es replicar a las sinvergonzonerías del PP echando cuentas de las sinvergonzonerías del PSOE. La clave radica en conseguir proteger y ampliar las libertades en nuestro contexto y extenderlas desde allí al resto del mundo. Internacionalismo y solidaridad con el género humano para distinguir que, mientras se nos llena la boca denunciando lo que sucede en Venezuela o en Arabia Saudí, la munición fabricada por una empresa zaragozana alimenta las armas que disparan contra otros pueblos. Al final, Madrid siempre estará más cerca que Caracas.