Escribir para un diario de papel es hacerlo contra la magia on line y las respuestas en tiempo real. Por mucha edición digital que te ampare (y yo valoro mucho la de EL PERIÓDICO, que me proporciona miles de lectores diarios), tu parida de la tarde anterior nace vieja en la rotativa y se momifica a lo largo del día. Hoy, por ejemplo, cuando la jornada empiece, ustedes ya sabrán el nombre de la/el futura/o presidenta/e de los Estados Unidos, que yo desconozoco en este momento. Si acaso, me he ido llenando de esceptecismo respecto de lo que pueda pasar, porque Trump es lo que es, pero Hillary tampoco parece trigo limpio; aunque yo, si fuera norteamericano, la votaría. Como harán los intelectuales, los artistas, las estrellas del pop, los habitantes de las dos costas... y todos aquellos que prefieren una cínica superviviente de los viejos aparatos políticos antes que un mamarracho sobrecargado de viagra, cuya evocación de la América profunda llega repleta de odio y complejos.

Lo cual me lleva a preguntarme, una vez más, qué es esto del populismo, y si tal cosa ha nacido ahora o es una invención posmoderna destinada a renovar la denominación de fenómenos más antiguos que la mismísima monarquía hereditaria.

Digo esto porque describir el populismo como una doctrina extrasistema no deja de ser un alivio para los políticamente correctos. Pero en España, por ejemplo, el populismo (la identificación demagógica de un partido con la ciudadanía en su conjunto o la patria excluyente) existía mucho antes de la aparición de Podemos. Por ejemplo, en la Andalucía del PSOE-peronismo, en las comunidades valenciana y madrileña manejadas por el PP a golpe de corrupción y propaganda, en la Cataluña de CiU y Esquerra embarrancada en el ultranacionalismo... Por no hablar de este Aragón adicto a los mitos de vía estrecha e incapaz de conocerse a sí mismo.

Populismo puro son los argumentarios del PP (que ahora abarcan, sugieren y predicen la rehabilitación del PSOE), tan exitosos como inmoderados. Así que Trump... ¡Bah! H