En una situación política asentada, 10 meses es un tiempo muy corto en el que nada nuevo, salvo catástrofes, debería producirse. Así ha ocurrido en España hasta hace poco y durante varias décadas: salvo en las elecciones del 2004, que estuvieron marcadas justamente por algo tan extraordinario como los atentados de Atocha, en todas y cada una de las generales que tuvieron lugar desde 1982 el resultado final estuvo más o menos previsto desde al menos un año antes. Ahora, en cambio, la incertidumbre es grande y probablemente lo seguirá siendo hasta el día mismo de la votación. Aparentemente, todo puede ocurrir. ¿Es eso un signo de inestabilidad política? No parece. Porque las bases del poder político e institucional siguen siendo sólidas, por muy deteriorados que ambos estén. Lo que indica esa incertidumbre es que en España hay más vitalidad democrática de lo que habitualmente se dice.

Con todas las dudas que suscitan, los sondeos coinciden en que hoy cerca de siete millones de ciudadanos dicen estar dispuestos a votar a opciones que no están representadas en el Parlamento y que pretenden, tanto en el caso de Podemos como en el de Ciudadanos, reducir sustancialmente el poder de los dos partidos que han dominado la escena desde la transición --sin distingos entre el PP y el PSOE, tomándolos a ambos como parte de un conjunto-- y acabar con los vicios y abusos que desde hace tiempo caracterizan la gestión política.

Aunque el origen izquierdista y la escasa madurez, cuando menos inicial, de los dirigentes de Podemos ha podido hacer pensar lo contrario, ni su programa ni el de Ciudadanos son revolucionarios. Como mucho, son reformistas. La voluntad de cambio no está tanto en esos textos como en la actitud de la gente que dice apoyar a esos partidos. El hartazgo masivo respecto de la situación actual, el rechazo de las prácticas corruptas del poder, son datos mucho más contundentes que las propuestas de cambio que esgrimen unos y otros. La verdadera novedad política en la escena española es que mucha gente ha decidido que ha llegado el momento de hacer algo distinto a castigar al poder votando al partido de la oposición consolidada, que es lo que ocurrió en el 2004 o el 2011.

Y lo ha hecho de una manera natural, sin necesidad de previas campañas de propaganda. Si tanto el éxito de Podemos en las elecciones europeas como el ascenso de Ciudadanos en los sondeos han sorprendido a la mayoría de los expertos es porque no han sabido ver que algo nuevo está bullendo en la sociedad. Buena parte de los analistas despreciaron la posibilidad de que eso ocurriera, seguramente porque no creían que la sociedad española tuviera la capacidad de expresar la vitalidad democrática que el nacimiento y la consolidación de esas corrientes indica. Hasta hace poco su foco, y el de todos los poderes, estaba puesto en la eventualidad de que la crisis provocase un estallido social. Cuando comprobaron, aliviados, que no había condiciones para que eso se produjera, dejaron de esforzarse por entender lo que estaba pasando. Hasta que Podemos les devolvió a la realidad.

No es fácil vislumbrar cómo terminará la cosa. La situación cambia cada día, aunque solo sea un poco y en direcciones contrapuestas. Los partidos instalados no han dicho aún su última palabra, y aunque no parece que ninguno de los dos pueda hacer milagros, sí que pueden mejorar sus actuales posiciones, muy malas en ambos casos. Tampoco se puede tomar a Podemos y a Ciudadanos como un todo, sino que, por el contrario, pueden terminar siendo rivales encarnizados por hacerse con el voto del cambio. Ya se detecta, si no en los sondeos sí en la calle, la posibilidad de que algunos --¿cuántos?-- simpatizantes del partido de Pablo Iglesias se pasen al de Albert Rivera.

Casi todo está por ver, y las tres elecciones que habrá antes de las generales pueden influir en el panorama. Lo que no va a producirse es que la gente que expresa su hartazgo en los sondeos se pase en los próximos meses a los grandes partidos. Mucho más posible que eso, aparte de un eventual aumento de la abstención, es que el voto del rechazo crezca en ese periodo. Porque ni el PP ni el PSOE están haciendo nada, ni seguramente van a hacerlo de aquí a las elecciones, para apaciguar el descontento, para modificar las razones, políticas, económicas y sociales del mismo.

Rajoy y Sánchez podrán recuperar algo del voto que han perdido estos tres años y que no se ha ido a otro sitio. Pero por mucha mella que hagan las campañas para desprestigiar a Podemos y Ciudadanos, esta última aún incipiente, la gran mayoría de la gente que ha decidido que está harta de los de siempre no se volverá atrás. Sobre todo porque para buena parte de ella esa decisión es la más importante que ha tomado en su vida en política.

Periodista