Vallejo, Jaime, Pedro y Cabrera. Porque a Lolo, que también faltaba ayer, no lo pondremos en el vagón de primera a pesar de aquella encendida defensa de su entrenador que, lógicamente, se la llevó el viento al siguiente ligerísimo soplido. Vallejo, Jaime, Pedro y Cabrera. Junto a Borja y Bono los jugadores que sostienen a este Zaragoza en pie, con ese punto más de carácter competitivo. Por lesión o por sanción, cuatro de ellos no pudieron estar contra el Mirandés y el equipo se desplomó de manera inesperada en La Romareda y volvió a perder después de un último mes alegre, con solo victorias y empates.

Sacar conclusiones sumarísimas y que valgan más allá del corto plazo con este Real Zaragoza contemporáneo es dar el primer paso hacia el error. Todo cambia a demasiada velocidad, el tránsito entre las buenas y las malas sensaciones prácticamente se solapa y los buenos y los malos resultados se intercalan continuamente. Demasiadas veces la balanza cae de un lado o del otro por cuestiones solo cercanas al azar, a cualquier contingencia del encuentro, a una eventualidad o a circunstancias sin control, alejadas del argumento táctico. El partido de ayer del Zaragoza, derrota al final, no se diferenció en gran medida del de Girona: el equipo recibió una sola ocasión, la que acabó en el 0-1, bastantes menos que el domingo, y creó alguna más que en Montilivi. Marcar un gol, simplemente uno, antes que el contrario condiciona completamente los partidos en esta Segunda tan equilibrada. Tanto que te acerca a milímetros del triunfo o te aleja de él a años luz.

Con todos los condicionantes de una categoría de mínimos, el Zaragoza sin Vallejo, sin Jaime, sin Pedro y sin Cabrera es solo uno más. Casi nada le distingue del resto. Estos cuatro jugadores, cada uno a su manera, le dan ese pequeño sello de distinción al equipo, esa nota diferenciadora que alza con empujones individuales el listón de la respuesta colectiva. Sin ellos no somos nada.