Mientras la Europa unida conmemora el 60 aniversario del inicio de su camino en común en la búsqueda de parapetos que frenaran cualquier intento de resolver a golpes las diferencias siempre latentes en sus naciones y optara por los mecanismos económicos, primero como fórmula de cohesión, ampliados poco a poco con las instituciones políticas y el libre trasiego de sus ciudadanos, el horizonte de sus miedos ultranacionalistas, la realidad del brexit y las secuelas de la crisis impiden que la conmemoración sea sinónimo de celebración. Conjugar realidades dispares no es fácil ni automático, pero si se percibe que esa voluntad está orientada al bienestar de la ciudadanía y no solo de los mercados, la adhesión al espíritu europeo se enraiza. Si se titubea en el objetivo, la compleja realidad global y de los países miembros tirarán de las costuras. Y en el sálvese quien pueda abundarán los perdedores. En España, el PIB ha necesitado una década para recuperar los niveles anteriores a la crisis, la renta media per cápita todavía no lo ha conseguido, ni mucho menos la tasa de paro. Eso sí, la deuda va camino de multiplicarse por tres. En el recorrido para volver a la casilla de salida han aumentado sin talento los niveles de pobreza y desigualdad. Como en tantos sitios. Y el peso de esa mochila hay que compartirlo desde Europa. La de los ciudadanos, no la de las banderitas ondeando a la entrada de las instituciones comunes. Una apuesta que igual consigue que los aniversarios se celebren en las calles en lugar de en la Capilla Sixtina. H *Periodista