Desactivada, aunque tal vez solo durante un periodo, la tensión que en todo el Estado habían generado las elecciones catalanas, el panorama político español aparece penosamente estable. La oposición socialista carece de posibilidad alguna de influir en la acción sin rumbo del Gobierno; las protestas callejeras, si bien se intensifican, no tienen aún la fuerza necesaria para frenar la política de austeridad, y el fatalismo respecto del devenir político y social es la actitud mayoritaria entre la gente, incluso o sobre todo la más informada. Solo un agravamiento dramático de la situación económica podría agitar las aguas de ese estanque, y puede ocurrir en cualquier momento. O no.

Rajoy ha sobrevivido a unos meses terribles. Una conjunción de factores externos e internos lo han salvado del desastre. A la cabeza de los primeros está la decisión de Angela Merkel de impedir --solventando antes, en precario, la urgencia griega-- que una petición de rescate por parte de España lo obligase a solicitar dinero a su Parlamento, con escasas posibilidades de éxito y con gran merma de sus opciones en las elecciones de septiembre del 2013. Y la intención de aguantar 10 meses más sin tener que salvar a España a riesgo de perder la cancillería sigue vigente, aunque a algún analista le parezca una "locura" (Wolfgang Munchau en el Financial Times).

El Banco Central Europeo ha actuado en sintonía con Berlín y, además de las proclamas de Mario Draghi en defensa del euro, ha seguido suministrando liquidez a bajo coste a los bancos españoles para que estos cubran las emisiones de nuestro Tesoro y mejoren sus resultados, si bien al precio de que la deuda privada española siga creciendo (ya está en más del 330% de nuestro PIB).

En el plano interior, Rajoy se ha beneficiado, sobre todo, de la inexistencia de oposición. Los socialistas están bloqueados por su pasado reciente, que les sigue cobrando intereses formidables en cada nueva elección, y lo único que cabe esperar de ellos es un estallido de las tensiones internas que ya desde hace meses ocupan prioritariamente los afanes de su dirección y cuadros. Hoy por hoy, ni bastante más tarde, no cabe esperar que del PSOE salga iniciativa eficaz alguna contra la política del Gobierno. Además, seis millones de parados y otros muchos ciudadanos buscándose la vida son el mejor antídoto para evitar que la calle desestabilice a Rajoy.

Ese y los demás citados son los motivos principales de que hoy no se atisbe cambio alguno en la política española. El desafío de Artur Mas tras el 11-S ha venido paradójicamente a reforzar esa impresión. Y no solo por el desastroso resultado de CiU, o porque la campaña contra el separatismo haya permitido a Rajoy obviar durante casi dos meses el drama económico, sino porque ha pospuesto, veremos por cuánto tiempo, el enfrentamiento frontal del Estado central con Cataluña. Que si a Mas le hubiera ido bien, habría sido también con Euskadi.

La manera en que el Ejecutivo aprovecha su renta de situación no puede ser más lamentable. Atrapado entre los dictados de Bruselas y los intereses del núcleo social duro de la derecha --la banca, las grandes empresas, los amigos y familiares de la dirección del PP, que se apropian de las pocas oportunidades de negocio que abre hoy la economía española, por vía de la privatización, de la sanidad o de lo que sea, y también de operaciones inmobiliarias--, los ministros de Rajoy, escogidos por su lealtad al jefe y no por su capacitación, en algunos casos penosa, están dando un espectáculo que recuerda el de los últimos gabinetes de Franco. La música ideológica que suena en el fondo de muchas de sus declaraciones y actuaciones también nos retrotrae a ese periodo. Seguramente porque la preocupación prioritaria de este Gobierno es que no se levante en su contra el sector más duro de su partido, de su electorado y de su entorno, véase la Conferencia Episcopal.

POR SUS FALLOS constantes, sus engaños, su trayectoria errática, la credibilidad del Gabinete del PP entre los españoles, incluidos sus votantes, cae sin cesar. Y de lo que se piensa por ahí fuera valga esta cita del Financial Times del 21 de noviembre: "Rajoy es un político de provincias que no es el adecuado para resolver una crisis compleja e internacional. Es raro encontrar a un dirigente, economista o inversor extranjero que lo defienda". Así ven a nuestro hombre, el que se supone que tiene el mando. Pero seguramente él cree que nada de eso es óbice para que siga hasta el 2015. Incluso para que vuelva a ganar en esa fecha. La pregunta es cuánto podrá aguantar su entramado si la prima de riesgo se vuelve a disparar. Motivos hay para que eso ocurra ya. También los hay para que aguante un tiempo. Rajoy vive al día. Y los demás, también.

Periodista.