Como sabe todo buen keynesiano, la "mano invisible" que, según Adam Smith, regula la economía de mercado necesita, de vez en cuando, un buen reglazo. Con la economía liberal, como ocurre con la democracia, su correlato político, sucede lo que decía Churchill: que es el menos malo de los sistemas posibles. Pero no es perfecto --se ha visto-- como algunos ilusos pretendían. Porque condición imprescindible para su correcto funcionamiento es la muy difícil y problemática unión entre beneficio y ética. ¿Es ético que un destacado personero del gran empresariado patrio pida, ahora que van mal dadas, que se haga un paréntesis en el libérrimo marco económico para que intervenga en su auxilio papá Estado? ¿Es sólo un arrebato más de egoísmo empresarial en este calamitoso fin de ciclo o se trata, como ha dicho con sorna Joaquín Almunia, el comisario europeo del ramo, de un ataque agudo de "socialismo financiero"? Ya me entienden: aquel que se basa en beneficios privados y pérdidas públicas.

El desplome de la economía global tiene causas, causantes y cómplices concretos. No aprovechar el susto para hacer limpieza de malos gestores y de negocios inviables --como bien dijo Solbes-- sería un desperdicio. Los buenos empresarios, que los hay, calculan sensatamente sus riesgos, modulan sus beneficios, guardan para épocas de estrechez y, en las duras, siguen creando riqueza y empleo. Esos son los patronos socialmente válidos. Dignos ahora de nuestro apoyo y de nuestro reconocimiento. Periodista