La actualidad viene tan llena de noticias de todo tipo que no estoy segura de que estemos reparando lo suficiente en la importancia de decisiones como la que acaba de adoptar y comunicar Estados Unidos con su retirada del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Entre los motivos aducidos para ello por la gran potencia destaca su crítica y rechazo a la «hipocresía» que con ropajes de cortesía y diplomacia pervive enseñoreada en la más global de las instituciones de que disponemos: la ONU. No es la primera vez ni será la única ni siquiera la más brillante de los numerosos reproches que en ese sentido se ha canjeado a lo largo del tiempo dicho organismo aunque tal vez sí sea la de mayor alcance «práctico». A decir verdad bien podría decirse que llueve sobre mojado pues su antecedente más directo la Sociedad de las Naciones ya se hizo acreedora en su momento de reprobaciones de idéntico tenor. Estoy pensando en la acerada censura contenida en el magistral libro «Bella del Señor» escrito por un funcionario internacional de la División diplomática de la Oficina Internacional del Trabajo en Ginebra llamado Albert Cohen, conocedor directo de la Sociedad de las Naciones.

El formato novelado no restó ni entonces (1968), ni ahora un ápice de veracidad a su irónica e inteligente objeción. Por supuesto su mirada sobre la cima de la diplomacia mundial no es el único argumento del trabajo aunque sea el que ahora atrae nuestra atención, la grandeza de la tristeza de Cohen alcanza todo lo que toca, lo político, lo social, lo afectivo y atravesándolo todo como la luz el cristal, lo espiritual. La lectura hace unos años de «Bella del Señor» fue para mí algo parecido a descorrer el velo que transparenta pero oculta, muestra pero cubre, enseña y esconde lo que tras él vive.

El conocer los entresijos de la Sociedad de las Naciones en buena medida heredados por la O.N.U., según se infiere tanto de sus resultados como de sus inercias y dinámicas, resultó para mí, en ese sentido, totalmente revelador. Algo así como despertar de una ensoñación de bondad y ética institucionalizada y es que los egos, intrigas, envidias y conspiraciones pueblan el día a día de tan encumbrado lugar. No digo, porque no lo creo, que en ambos organismos algunos de los funcionarios y políticos se moviesen y muevan en lo fundamental por motivos altruistas, lo que digo es que bajo el mismo techo conviven ellos con otros agentes cuyos intereses, de la más variada índole, son los que impulsan las acciones y omisiones. Como en una partida de ajedrez los movimientos muestran una estrategia nunca reconocida y de la que no siempre llegamos los ciudadanos a tener noticia cierta ni desde luego completa. Esto, que hasta aquí recoge una crítica al modus operandi de la ONU. y antes de la SDN., no supone en modo alguno una llamada a su abandono como acaba de hacer USA. A mi juicio, la alusión explícita por su parte a la hipocresía tiene más de excusa que de argumento. Aunque son muchos los que visten de Prada y precisamente por eso lo que toca es trabajar de otro modo para no acabar condenando entre todos a los derechos humanos a la más yerma soledad.

*Universidad de Zaragoza