La oenegé Proactiva Open Arms, formada por socorristas voluntarios, inició en septiembre del año pasado su labor de ayuda a los refugiados con tareas de rescate y salvamento en el mar Egeo. Un reportaje emitido por televisión, donde se recogía su trabajo en circunstancias muy adversas para socorrer a quienes llegaban a la isla griega de Lesbos exhaustos, huyendo de la guerra y del hambre, le valió el reconocimiento internacional y sirvió para sacudir muchas conciencias ante semejante catástrofe humanitaria.

Ahora el grupo de activistas solidarios liderado por Óscar Camps ha extendido su área de acción hasta el mar Mediterráneo central donde realiza tareas de vigilancia frente a las costas de Libia, tan peligrosas para los inmigrantes por el riesgo de la travesía marítima como por la actitud, que no siempre es condescendiente, de los guardacostas libios.

El repaso a varios días del trabajo cotidiano a bordo del navío de Proactiva, como el que hoy publica este diario firmado por Jordi Évole, refleja en toda su crudeza el drama que soportan cada día cientos de personas que deciden abandonar el infierno de su país y jugarse la vida en pos del presunto paraíso occidental.

OBJETIVOS // El papel de las oenegés resulta cada vez más ejemplar en esta tragedia sobre la que vuelve a cernirse el cómplice olvido de Occidente. Además de su labor de ayuda a las personas a las que grupos mafiosos lanzan al mar --previo pago de altas cantidades de dinero, sin equipaje y en condiciones lamentables-- sirven también de altavoces de concienciación social. Ese será uno de los nobles objetivos de la futura difusión en cine y televisión del trabajo de los voluntarios de Proactiva: despertar conciencias y llamar a la acción frente a una tragedia que no cesará si no callan las armas en Oriente Próximo o se sofocan las hambrunas africanas.

Mientras, Europa sigue mostrando su peor cara pretendiendo haber solucionado el drama con un pacto de compra-venta de personas firmado con Turquía, un país presentado como destino seguro para los desplazados y que los hechos posteriores han confirmado las sospechas de siempre sobre su incumplimiento de los derechos humanos. Pero el precio a pagar por tanta insolidaridad puede ser muy alto para una Unión Europea donde corre cada vez más deprisa la serpiente del racismo y la xenofobia.