El lunes, a rebufo del suceso habido en la comisaría de los Mossos de Cornellá, el presidente del PP, Pablo Casado, reclamó una reunión urgente del Pacto contra el terrorismo yihadista (¡!). Mientras, la peña xenófoba celebraba la muerte del hispano-argelino (la policía catalana suele ser muy expeditiva, y esto sí gusta a quienes, sin embargo, la tienen por un cuerpo de seguridad filosecesionista y medio traidor), y clamaba contra las pateras y los inmigrantes y los manteros. Ya de paso...

Bueno, está claro que el nuevo jefe de la derecha tradicional está siempre atento a llamar la atención, ganarle por la mano al otro jefe conservador (el de Ciudadanos) y aprovechar la onda de ese populismo a veces ultraliberal a veces parafascista del que Donald Trump es la máxima expresión global.

El rechazo a políticos (salvo los de la cuerda brutal), intelectuales (ídem), universitarios, periodistas, artistas, inmigrantes, ecologistas y feministas se ha extendido por el mundo a velocidad de vértigo. En semejante carrera, los radicales de derechas (en inglés norteamericano, alt right) ya ganan por mucho a sus homólogos de extrema izquierda (populistas a lo latino, bolivarianos y majaras diversos), por la simple razón de que el manejo de los paradigmas posmodernos siempre favorecerá a los primeros. A la postre, uno de los inicios de esta nueva edad histórica que sustituye a la Contemporánea se puede fechar en el hundimiento de la URSS y el giro de China hacia el capitalismo antes de que internet reventase los viejos sistemas de comunicación e información.

Trump. el monstruo machista, grosero, supremacista y racista, suscita cada vez más simpatías en otras derechas alternativas de Europa o América del Sur que renuncian a la moderación y a la lógica democrática para enrolarse en las filas de la posverdad y la reacción. Y en España, donde los conservadores siempre tuvieron un ramalazo premoderno, la moda le viene a mucha gente de orden como anillo al dedo. A muchos todo esto les da miedo. Pero yo... Yo aún confío en la gente.