Cada día llego a la redacción de este diario dispuesto a ocuparme de asuntos aragoneses: la conquista de la presidencia de las Cortes por Podemos, la deuda que el Gobierno tierranoblense no quiere pagarle al Ayuntamiento de Zaragoza o los autobuses que arden al sol de poniente. Pero la actualidad nacional (de España) está tan interesante y sugerente que acabo entrando al trapo. A la postre, lo que ocurre aquí es un trasunto de los sucesos que acontecen en la Corte. Imagínense lo que pasaría, por ejemplo, si el PSOE sufriera algún tipo de trastorno interno y acabase entrando en esa gran coalición que propone Rajoy. Pues que nuestro modesto entramado institucional se pondría de inmediato cabeza abajo. Pero no como ahora, sino de verdad.

Al igual que otros colegas, ando fascinado con el caso Soria. No tanto por la colección de mentiras que ha rodeado el intento de promocionar al mentiroso exministro (todo eso del concurso, la carrera funcionarial y otros embustes) como por lo revelador que resulta a) la ocurrencia por parte de don Mariano y Cía. de empezar la regeneración política mandando al Banco Mundial al titular de oscuras cuentas off shore y b) el efecto de la presión mediática y ciudadana, que (esta vez sí, ¡aleluya!) ha forzado al tándem Rajoy&Guindos a dar marcha atrás. Y sobrevolándolo todo, la indisimulable soberbia de la derecha española, capaz de estropear su buen momento con decisiones que son una bofetada en la cara de la hastiada opinión pública. A quién se le ocurre.

Tan osado e insultante ha sido esto de Soria, que incluso algunos dirigentes del PP exteriorizaron su enojo, aunque nadie se atrevió a decírselo al jefe en la cara. En Ciudadanos, por su parte, llevaban un cabreo monumental. Lógico, porque este incidente refleja la manera en que ve las cosas la actual dirección del PP: torticeramente, al margen de las reglas democráticas y con un absoluto desprecio por la función republicana del Estado. Pero también nos muestra que, si el país es capaz de expresar su reprobación y su protesta, no hay derechona que valga. Se la tienen que envainar.