En un muy lejano y preolímpico 1991, Enrique Vila-Matas, uno de los grandes escritores catalanes que, sin complejos, escriben en español, publicó una colección de relatos, cuyo título he tomado en préstamo para ponerle un trágico nombre a este artículo.

La reseña de la editorial decía, y sigue diciendo, lo siguiente: «En esta singularísima obra, el autor nos pasea por toda suerte de suicidios imaginarios (…) Un inquietante itinerario moral a través del tema de la muerte por mano propia, sin sucumbir al suicidio pero sin escapar de él».

El pasado 12 de mayo, el ahora ya president de la Generalitat, Quim Torra, pronunciaba su primer discurso en el Parlament de Cataluña. Ese discurso resume en uno solo todos los errores del procés, ese discurso y el personaje que lo pronunció han puesto al descubierto, si no lo estaban ya, todas las miserias del independentismo catalán, ese discurso y toda la cadena de decisiones que han conducido a él contiene todos los elementos de un suicidio, el suicidio político del nacionalismo catalán.

Un discurso como el de Torra, pronunciado por alguien con sus antecedentes supone un salto cualitativo en el nacionalismo independentista catalán, que lo catapulta desde la comprensión buenista con que venía siendo aceptado por la izquierda moderada, al rechazo unánime con que será recibido en adelante por quienes ya no pueden ver en él sino un proyecto supremacista y excluyente, rayano en el fascismo más rancio que dice rechazar. El independentismo catalán, cansado de circular por la izquierda, parece haber decidido huir hacia delante, adelantando por la derecha a todos sus oponentes, directo a un siniestro total en forma de salida de la vía por la que circulamos todos.

EN LOS imaginados suicidios ejemplares de Vila-Matas, difícilmente nadie en 1991, ni siquiera el muy imaginativo autor barcelonés, podría haber imaginado uno tan largamente planeado y ejecutado. De todas las formas de suicidio, la más terrible es sin duda la colectiva, la que empuja a un pueblo engañado al enfrentamiento contra una parte de sí mismo. La identidad elevada a ideal único y absoluto es capaz no sólo de aniquilar la identidad del otro en beneficio de la propia, sino también de ajusticiar el proyecto por el cual se pretendía erigir en realidad única.

Pero enfrente del independentismo, como el espejo practicable en el que se miraba Alicia, está España, están los representantes políticos de los españoles, los que viven en Cataluña, los que hemos vivido alguna vez en Cataluña y los que vivimos fuera de Cataluña e incluso de España y contemplamos en la distancia cómo crece el enconamiento de las posiciones y cómo se acerca, sigilosa, la violencia.

Una vez más se echa de menos un Estado sólido, defendido por políticos con miras más altas. Una vez más se hace necesario que la sociedad civil se movilice para tirar de las orejas a sus representantes y recordarles que su oficio consiste en velar por el bien común, que definimos entre todos.

PP y PSOE han pactado tirar por un camino de en medio lleno de aparente prudencia y sentido de Estado. Alguien que no conociera la ceguera con que ambos partidos han actuado en las últimas décadas podría pensar que la cautela les aconseja; pero quienes les hemos seguido de cerca no podemos dejar de sospechar que siguen sin entender el verdadero alcance del problema catalán y que pretenden seguir jugando al mismo juego de intercambios de corto alcance, del tipo: «Tú me votas los presupuestos y yo te cedo la educación para que puedas seguir destruyendo todo lo español dentro de tus fronteras».

La posición de Ciudadanos podría estar en el buen camino si no fuera porque la desconfianza en la clase política nos lleva casi inevitablemente a malpensar que detrás de la dureza actual de su discurso hay tal vez una gran dosis de tacticismo y cálculo electoral.

Podemos hace equilibrios en el sendero de la indefinición, aunque sus máximos dirigentes parecen haberlo perdido (el equilibrio) y acaban de apuntarse a la moda del suicidio ejemplar, en este caso por vía inmobiliaria.

A los ejemplares y no consumados suicidios ideados por Vila-Matas, podría añadirse en una edición muy postolímpica del libro, el del personaje de Lewis Carrol, que conociendo ambos mundos, decide mantenerse con una mitad de su cuerpo a cada lado del espejo.

*Escritor